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El clásico por excelencia

Uno de los excelentes artículos de crítica literaria que contiene La aventura sin fin, de T. S. Eliot [1], es «¿Qué es un clásico?». En él, después de explicar que la palabra «clásico» tiene significados distintos según el contexto, y de señalar que no piensa pedir perdón por haber usado o por usar en el futuro esa palabra con otros sentidos, precisa que, hablando estrictamente, el clásico «sólo puede ser obra de una mentalidad madura»: la importancia de una civilización y de una lengua, junto con la amplitud de la mente del poeta, es lo que le otorga la universalidad.

Esa mentalidad madura necesita de la historia y de la conciencia histórica, por lo que «servirse de una literatura extranjera indica un grado de civilización más avanzado que servirse sólo de etapas anteriores de la propia tradición literaria». Además, incluye la madurez de las maneras, o ausencia de provincianismo, un rasgo que Eliot define como «una distorsión de valores: la exclusión de unos, la exageración de otros, que surge no a falta de un amplio conocimiento del mundo, sino de la aplicación de patrones adquiridos en una pequeña área de la totalidad de la experiencia humana, que confunde lo contingente con lo esencial, lo efímero con lo permanente». E incluye la madurez de una lengua: «puede suponerse que una lengua se aproxima a la madurez cuando los hombres poseen un sentido del pasado, confianza en el presente, y carecen de dudas conscientes sobre el futuro».

Otra característica del clásico es la capacidad abarcadora: «lo clásico debe, dentro de sus limitaciones formales, expresar el máximo posible del rango total de los sentimientos que representan el carácter del pueblo que habla esa lengua. Lo representará lo mejor posible y además tendrá el mayor atractivo posible: dentro del pueblo al que pertenece, hallará respuesta en hombres de todas las clases y condiciones. Cuando, más allá de su exhaustividad respecto de su propia lengua, una obra literaria tiene una parecida significación para cierto número de lenguas extranjeras, podemos decir que posee además universalidad». Vistas así las cosas, un autor como Goethe es un autor universal puesto que todo europeo debería conocer su obra, pero no lo es en el mismo sentido que tiene para toda Europa Virgilio, el clásico por excelencia o clásico absoluto según Eliot.

T. S. Eliot. «¿Qué es un clásico?» (What is a Classic?, 1944). La aventura sin fin. Barcelona: Lumen, 2011; 583 pp.; col. Palabra en el tiempo; edición de Andreu Jaume; trad. de Juan Antonio Montiel; ISBN: 978-84-264-1920-0. [Vista del libro en amazon.es [2]]