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Lo que Maisie sabía

Escucho en la radio a Phil Collins una canción que habla de los dolorosos sentimientos posdivorcio, como subraya la entusiasta locutora poniendo voz de pena. Y recuerdo, no por primera vez, el excelente prólogo de Henry James [1] a Lo que Maisie sabía [2], donde reflexiona sinuosamente sobre cómo tratar novelescamente la situación de un niño cuyos padres se divorcian. Allí habla James de cómo su «interesante pequeño mortal» vive «con toda intensidad y perplejidad y felicidad en su pequeño mundo terriblemente enrarecido: uniendo a personas que, como poco, obrarían con mayor corrección permaneciendo separadas; desuniendo a personas que, como poco, obrarían con mayor corrección permaneciendo juntas; adquiriendo madurez, hasta cierto grado, al precio de la infracción de muchas convenciones y decoros, inclusive decencias; manteniendo de veras encendida la antorcha de la virtud en un ambiente infinitamente proclive a apagarla». En fin, termina James su larguísimo párrafo, «extrayendo de entre el hedor a egoísmo cierta excéntrica fragancia a ideal, esparciendo en un erial yermo, por medio de su sola presencia, la semilla de la vida moral».