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KHADRA, Yasmina

Al poner en orden los recuerdos de su vida, el autor reflexiona sobre los ambientes en los que nace y crece. Quizá suenan excesivos algunos desbordamientos poéticos y el énfasis en el poder de la literatura, de la que se habla como «esa sublime caridad humana», «el último reducto de nuestra salvación»… Pero en cualquier caso, tanto desde una perspectiva personal como desde un punto de vista de retrato social, el relato tiene fuerza y transmite dolor, desgarro, e idealismo juvenil.

Un hilo argumental es la historia familiar. Sufrimiento ante la separación de los padres, opción por la madre y endurecimiento ante su padre, perdón final a su padre después de una magnífica exhortación de su tío en la que le pide que no sea rencoroso: «Si Dios creó al hombre a su imagen fue para que aprendiera a perdonar».

Otro lo forman los incidentes de la vida colegial-militar. Hay algunos magníficos retratos y parlamentos, como los del sargento jefe Okkacha, y vívidas escenas de peleas físicas con compañeros y dialécticas con profesores: «Tienes una cabeza para llenar el casco, no para dártelas de ingenioso», le dirá uno de sus jefes.

Pero el más importante sin duda es el proceso de maduración del protagonista. A lo largo del relato asistimos a las decisiones que va tomando para su comportamiento futuro y, sobre todo, al crecimiento de una vocación literaria que se afianza en la soledad y con la lectura incansable de todos los libros a su alcance —«cada título me proporcionaba una grieta a través de la cual me escapaba» dirá—, que le hacen soñar con llegar a ser como Mouloud FERAOUN [1] y Taha HUSEIN [2], entre otros.