A lo largo de su obra, y también en su novela más conocida (El mundo es ancho y ajeno, 1941), Ciro Alegría evoca la miseria y denuncia la explotación de los campesinos de su tierra. En estos relatos, publicados después de su muerte, la denuncia es sólo indirecta. En ellos, como en toda su obra, emplea un estilo sobrio con frecuentes expresiones coloquiales del lugar; y se refiere con cariño y emoción contenida a las costumbres y peculiaridades de los hombres y mujeres de su tierra. Recordará que le bautizaron con el nombre de Ciro, por el ingeniero protagonista de La isla misteriosa [1], pero nos dice que «mi isla misteriosa debía ser la vida». Ofrecerá imágenes grandiosas de Los Andes en La ofrenda de piedra: «Los árboles fueron empequeñeciéndose a medida que la cuesta ascendía. El camino comenzó a jadear trazando curvas violentas, entre cactos de brazos escuetos, achaparrados arbustos y pedrones angulosos. Los dos caballos resoplaban y sus jinetes habían callado». Volcará toda su ternura en relatos como Navidad en los Andes y Misa de Gallo, cuando «todas las gentes y las cosas adquirían un aire de fiesta». Y, en especial, son entrañables las referencias al recuerdo del «rostro emocionadamente dulce de mi madre, junto a una apacible lámpara»; a sus regresos a casa en Navidad, siendo adolescente, cuando se dejaba querer por ella sin atreverse a confesarle «que la existencia había comenzado a recortarme los sueños».
Fábulas y leyendas americanas fue una recopilación preparada y publicada por Dora Varona, viuda del autor. A través de todos los relatos se presentan aspectos de la visión del mundo de los pueblos indígenas, y sus intentos de acercarse a la comprensión de la realidad a través de la fantasía.