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JOHNS, William Earl

En este primer libro publicado con las aventuras de Biggles viene un prólogo del autor con algo del contexto de su personaje. En él se contienen 17 relatos, la mayoría de los cuales se publicaron en la revista «Popular Flying», en los que se presentan personajes que reaparecerán en sus muchísimas aventuras posteriores: su pecoso compañero Algy, una guapa espía alemana… Entre los episodios memorables destaca uno en el que Biggles, de permiso en Londres, aprovecha un momento en el que sus amigos van de caza para, sin que nadie lo sepa, impedir un bombardeo y regresar a tiempo de recibirles de nuevo.

Son relatos que se leen con facilidad. A quienes les gusten los aviones y las novelas de acción no les importará mucho que el lenguaje con frecuencia sea técnico —«hizo un medio tonel»— o antiguo —«¡que me aspen!» es una expresión habitual entre otras—. La acción es continua y las descripciones de vuelo son ágiles —«el viento ululaba entre los cables»— y como de cómic —«¡Flac, flac, flac! ¡Guang, guang, guang!, hacían las balas al atravesar la lona y las piezas de metal»—. Los personajes son planos pero, con todo, no se dejan de mostrar sus momentos de abatimiento porque un compañero ha caído, ni se teme señalar que Biggles, debido a la tensión, tiene preocupados a sus jefes porque bebe demasiado. En este y otros sentidos —a los alemanes se los llama «los hunos»—, estas narraciones no son muy políticamente correctas.

Relatos posteriores

El libro que continúa con las andanzas del protagonista es Biggles en Oriente [1]. Más adelante, después de los relatos sobre sus hazañas de guerra, Biggles y sus amigos —el capitán Algy, el oficial de vuelo Ginger, el sargento Smyth, el americano Tex O´Hara y Lord Bertie Lissie, otro piloto amigo que siempre lleva monóculo—, se convirtieron en unos implacables perseguidores del crimen. Cuando llegue la segunda Guerra Mundial, la supervivencia de Inglaterra dependerá del arrojo de Biggles. Y, a su término, trabajará incansablemente para Scotland Yard, sin que decaiga su energía ni cambie su lenguaje. Habrá también historias que retroceden en el tiempo para contar la juventud y el aprendizaje del héroe.

Biggles y sus amigos son felices en el peligro, sienten una clara superioridad inglesa frente a otras razas y sólo miran con respeto a su mítico adversario Erich Von Stalheim. Sus aventuras son completamente masculinas, van de un lugar del globo a otro en un pispás, no se inquietan aunque las ametralladoras tableteen a su alrededor, sostienen terribles peleas en las cabina del piloto «mientras el avión se revolvía como una ballena herida», y el narrador recurrirá si es necesario a los pies de página para darnos detalles técnicos de los aviones… En fin, son relatos que, sin tanto pormenor, preceden a los thriller tecnológico-bélico-patrioteros que popularizará Tom Clancy en los ochenta y noventa.

En castellano se publicaron, hace años, algunas historias de la época en la que Biggles trabaja para Scotland Yard, comenzando por Biggles y el caso de los aviones desaparecidos – una aventura del inspector-detective Bigglesworth y sus compañeros de la policía aérea (Biggles Works It Out, 1951); Barcelona: Luis de Caralt, 1958; 191 pp.; trad. de Ramón Margalef Llambrich; agotado.