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D’AVENIA, Alessandro

Blanca como la nieve y roja como la sangre es una «novela de profesor» en la que los incidentes del argumento van directos a tocar el corazón de los lectores, y, sobre todo, lectoras. El narrador alterna descripciones poéticas, con desahogos críticos hacia el mundo adulto y las cosas que no entiende. Alterna escenas de clase, de deporte, de calle, de casa, y de hospital; y se suceden momentos y charlas de Leo con su amiga Silvia, con su amigo Niko, con Beatrice, con su padre, con el Soñador, con un anciano cura al que llama Gandalf. Tampoco faltan comentarios cómicos, como los que se refieren a Terminator, el perro de la familia al que Leo tiene que sacar a veces.

El hecho de que su autor sea joven le proporciona cercanía mental a los destinatarios de su novela: esto se nota en lo bien que refleja muchas reacciones y pensamientos de su protagonista. El que sea profesor de secundaria y experto en lenguas clásicas, también se nota: hay parrafadas que contienen explicaciones excelentes, hay espadachineos entre los adultos y Leo que son magníficos. Otra conexión con los lectores se busca, como es habitual en este subgénero, por medio de referencias a canciones y películas de moda entre los adolescentes de ahora.

Algunos dirán que, a pesar de sus desplantes y de su desgarro, Leo es muy buen chico: y es cierto. Al principio dice que «cuando tengo que solucionar asuntos importantes sé que da nada vale hablar con los mayores. O no te escuchan, o te dicen “no pienses en eso, que ya pasará”. Pero si te estoy hablando de eso es justo porque no se me ha pasado, ¿no te parece? O si no, te salen con el mágico, “algún día, algún día lo entenderás. Lo entenderás el día que tengas hijos, el día que tengas un trabajo». E insiste: «¿Papá y mamá? Ni en sueños. Me da vergüenza sólo de pensarlo. Es como si nunca hubieran tenido mi edad. Y además papá siempre vuelve cansado el trabajo y quiere ver el fútbol. ¿Mamá? Con mamá paso vergüenza». Pero la verdad es que todo se acaba reconduciendo gracias a los adultos, aunque no sólo a ellos, claro está, pues el papel más importante lo cumplen Beatrice y Sofía.

Da idea de los acentos poéticos que a veces tiene la historia este párrafo del arranque: «Cada cosa tiene un color. Cada emoción tiene un color. El silencio es blanco. De hecho, el blanco es un color que no soporto: no tiene límites. Pasar una noche en blanco, quedarse en blanco, levantar bandera blanca, dejar el papel en blanco, tener el pelo blanco… Es más, el blanco ni siquiera es un color, como el silencio. No es nada. Una nada sin palabras o sin música. En silencio: blanco. No sé quedarme en silencio o solo, que viene a ser lo mismo».

Cosas que nadie sabe es también una «novela de profesor», pues habla mucho y bien de literatura y de la enseñanza de la literatura [1]: las explicaciones acerca de La Odisea son magníficas; las citas de Dante y de otros autores, en boca del profesor y del narrador, sobre todo, son oportunas siempre. Se plantea con claridad la pregunta de por qué «amar, tan sencillo en la poesía, es tan difícil y arriesgado en la vida», por qué «la enseñanza se empeña tanto en parecerse a la vida, con sus imprevistos y su desorden, en vez de seguir la lección comedida y ordenada de los libros». Queda claro el valor que tienen esas lecciones en las que un profesor siembra en sus alumnos «la sed de lo que es grande» y así les ahorra tantas trivialidades en el futuro.

Pero su alcance es mayor pues habla también de la construcción de una vida en común: de cómo se afianzan algunos matrimonios y cómo fracasan otros; de cómo, dice la abuela, «un hombre elige a una mujer, y viceversa, con la esperanza de que haya al menos alguien en el mundo capaz de perdonarle todo lo que hace, o de que al menos lo intente». En una de las historias de pareja cumple un importante papel La voz a ti debida [2], de Pedro SALINAS [3]. Al mismo tiempo, plantea con acierto algunas cuestiones educativas: el apoyo de Margherita, Marta, piensa que «su madre siempre la tomaba en serio; su madre estaba siempre en esa carretera sin señales que es la adolescencia. Su madre era la solución que no daba soluciones, como la vida».

El relato es tenso y tiene momentos magníficos: algunos descriptivos acerca de momentos críticos de la vida, otros de diálogos entre personajes adultos, varios del comportamiento de niños como Andrea y como los hermanos pequeños de Marta. Las imágenes que va usando el narrador se van enriqueciendo con el paso de las páginas: por ejemplo, al principio dice que «a los catorce años eres un funámbulo descalzo sobre tu hilo y el equilibrio es un milagro»; al final retoma la idea y señala que «el funámbulo no tiene una respuesta al problema del equilibrio, solo sabe cómo transformar la fuerza que lo hace caer en el impulso que lo salva».

Una y otra vez, algunos personajes se refieren, de forma divertida, al montón de cosas que nadie sabe: «¿sabes que es imposible lamerse los codos?», dice Marta; «¿sabes que una cucaracha puede vivir hasta nueve días sin cabeza?», pregunta Marco, su hermano pequeño y el gran experto en ese tipo de conocimientos. Pero, naturalmente, van engarzándose otras consideraciones, acerca del dolor y el sufrimiento, sobre cosas que tampoco nadie sabe aunque, indica el narrador con otra imagen recurrente, «donde el tiempo fracasa, el perdón puede vencer ese dolor. Sólo el perdón devuelve el dolor al ciclo de la vida. Es madreperla divina, concedida pocas veces a la Tierra».

Como muchas novelas juveniles también esta recurre a películas y canciones de ahora para subrayar emociones y mensajes. Algunos lectores, sobre todo varones, pueden encontrar excesivos algunos párrafos poéticos y, en particular, que la personalidad y el comportamiento de Giulio es de telenovela. Por lo menos yo no llevo bien una descripción como la de «esos dos ojos hechos de finísimos surcos azules, parecidos a ríos nacidos de glaciares inalcanzables que desembocan en un mar negro como una perla rarísima». Pero, al final, las cualidades de la novela sobrepasan con mucho cualquier reticencia como esa.

Otros libros: Lo que el infierno no es [4]; El arte de la fragilidad, que comento en dos notas: Dudas y certezas [5] y La belleza del tiempo y de la muerte [6].