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SILLITOE, Alan

Con una visión y un humor muy ácidos, y empleando el modo de narrar deslavazado que cabe esperar del chico que cuenta la historia, Sillitoe realiza un planteamiento tan inquietante como revelador. El joven corredor no tiene la más mínima piedad a la hora de enjuiciar al director y a quienes piensa que están de su parte, y ve a la gente dividida en «ellos» y «nosotros», separación social que no ve posible que cambie nunca: «Las cosas están así y siempre seguirán estándolo». En este sentido, el relato de Sillitoe es como una reflexión sobre las consecuencias de una educación impartida con motivos «bastardos»: nos sentimos inclinados a dar la razón al narrador, cuando cuenta que «el director me habla casi como si hablara con su caballo de carreras, si lo tuviera»; cuando explica que, «teniendo en cuenta dónde nací y me crié», su concepto de honradez es distinto al del director: «Si me empeño en ser honrado del modo que él quiere y le gano la carrera procurará que pase los seis meses que me quedan lo más cómodamente posible; pero desde mi punto de vista, bueno, eso no está permitido…».

El modo en el que se afronta el relato —un narrador desde un reformatorio, educando y educador en bandos opuestos, los motivos egoístas de los educadores percibidos por el chico—, recuerdan a J. D. SALINGER [1]: en El guardián entre el centeno [2] se pueden encontrar todos estos puntos; y en su relato corto titulado Teddy (uno de los incluidos en Nueve cuentos) el jovencísimo protagonista explica que sus padres no le quieren ni a él ni a su hermana pequeña «tal como somos. Parece que no pueden querernos si no intentan cambiarnos un poquito. Quieren sus motivos para querernos tanto como nos quieren a nosotros, y a veces más».

Es estupendo ser corredor de fondo

Uno de los puntos fuertes del relato son las excelentes descripciones del mundo interior del corredor, aunque siempre se vean empapadas del rencor hacia una sociedad en la que se ve con poco futuro: «Hago el recorrido en sueños, doblando los recodos de un sendero o una pista sin darme cuenta de que los doblo, saltando arroyos sin saber que están allí, y gritándole los buenos días a un ordeñador de vacas madrugador sin verle siquiera. Es estupendo ser corredor de fondo y encontrarse solo en el mundo sin un alma que te ponga de mala leche o te diga lo que tienes que hacer o que hay una tienda que descerrajar en la calle de al lado. A veces pienso que nunca he sido tan libre como durante este par de horas en que troto por el sendero de más allá de la puerta y doblo por el roble aquel de tronco pelado y enorme barriga del final del camino».