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WISTER, Owen

Novela importante por ser la primera de su clase y por ser la que fija muchos de los estándares del género. Su protagonista es un cowboy con todas las cualidades que se podrían esperar: enorme destreza en su oficio, rapidez en el uso de las armas, serenidad y dominio en cualquier situación, caballerosidad con las mujeres, generosidad con sus compañeros, magnanimidad con sus enemigos. Su novia y al final esposa es también un prototipo de la joven maestra intrépida que, con una educación de clase alta propia del Este hace suyo el mundo del Oeste, no sin un fuerte conflicto interior, y eleva el nivel moral y cultural de los rudos personajes que tiene alrededor, incluido el de su pretendiente y luego marido.

Los capítulos no tienen siempre la misma clase de narrador: los primeros corren a cargo de un visitante del Este que conoce al protagonista y cuenta lo que le choca y lo que le admira; otros, es ese mismo narrador quien rememora lo que ha conocido luego; otros narran las cosas en tercera persona. Se suceden escenas que han llegado a ser típicas: desde los salvamentos primero del héroe a la chica y más adelante de la chica al héroe, pasando por varios enfrentamientos con rivales hasta un memorable duelo final entre el virginiano y Trampas. Tiene gran intensidad, y narrativamente se resuelve muy bien, el episodio del linchamiento, un asunto que supone serios conflictos morales para los protagonistas y que se acaba justificando como un comportamiento propio de un mundo de frontera.

A veces el narrador se detiene para dirigirse al lector —«perdonen que les pida que reflexionen»— cuando expoone algunos asuntos, como cuando analiza las dificultades de determinar si una acción es o no mala. En otras ocasiones puntúa su relato con observaciones certeras: «como la levadura que hace levantar toda la masa, un solo punto de malhumor en un campamento extiende su sabor rancio entre toda la compañía que se halla sentada cerca». Una de las muchas veces que se apoya en textos literarios cita los conocidos versos de la Balada del viejo marinero [1] «Reza bien quien bien ama / Tanto a hombre como a ave y bestia. / Y reza mejor quien mejor ama / A todas las cosas, tanto grandes como pequeñas. / Porque nuestro amado Dios, / Nos hizo a todos y a todos nos amó», e indica que «son oro puro. Son buenos para que los niños los aprendan, porque cuando esos niños se hagan hombres tal vez una parte de esa enseñanza quede en ellos».

Quien lea esta novela con la limpieza de quien no está condicionado por tantas historias posteriores, verá que su gran éxito se debió y se debe a que tiene todas las cualidades de una gran narración: las descripciones son sobrias; se alternan bien los momentos humorísticos con los románticos y con los violentos; los protagonistas no son unidimensionales: piensan por sí mismos, sus conflictos interiores están bien dibujados, son buenos lectores… Aparte, desde luego, de que, cuando es necesario, el relato tiene acentos propios de las novelas más populares del género: «en reuniones de más de seis personas, generalmente hay al menos un idiota, y esta reunión debía de contar con unos veinte hombres».

Es necesario también leerla intentando ver las cosas como las veían sus protagonistas y lectores: la tía abuela de Molly piensa de su sobrina nieta que «quiere que su hombre sea un hombre»; a Molly la elogian, después de haber salvado al virginiano, por haber hecho el trabajo propio de un hombre; y el protagonista es todo un modelo de antigua cortesía pues, por ejemplo, «tenía por norma no hablar mal de ningún hombre delante de una mujer. Las peleas entre hombres no eran para oídos femeninos» y, en su visión de las cosas «todas las mujeres deberían significar algo para un hombre», de ahí que salga en defensa de una a la que no conoce.

Por otro lado, las desacomplejadas opiniones del protagonista y del narrador acerca de la importancia del mérito individual causarían escándalo en cualquier debate político de hoy. A través de la Declaración de Independencia, dice el narrador, nosotros los norteamericanos reconocimos la eterna desigualdad del hombre, decretamos que todos los hombres deberían poseer la misma libertad para encontrar su propio nivel, «reconocimos y dimos libertad a la verdadera aristocracia, diciendo “¡Que gane el mejor, sea quien sea!” ¡Que gane el mejor! Ese es el lema de Norteamérica. Esa es la verdadera democracia. Y la verdadera democracia y la verdadera aristocracia son una y la misma cosa. Si alguien es incapaz de ver esto, que vaya a que le vea un oculista».

Otro libro: Pieles rojas y blancos.