Ilustraciones bien compuestas y bien secuenciadas, con influencias confesadas de Rembrandt y Vermeer, pero con perspectivas sorprendentes y un cierto carácter surrealista. En ellas se revelan los dos mundos desconectados en los que vive Yoon al principio, cuando la vemos en una casa con suelo ajedrezado y casi sin decoración, a través de cuyas ventanas y puertas se ven paisajes ricos al fondo. También muestran su soledad inicial en el colegio y sus escapadas imaginativas. Al final las barreras se rompen y la veremos ya integrada en el paisaje, con los demás niños.
Álbum de los que atrapan sentimientos de niños, que se reflejan en las caras de los personajes y que se transmiten a través de la composición y el color de las ilustraciones. En cierto modo es un ejemplo de cómo la nostalgia, un sentimiento en principio adulto, también puede inundar el alma de los niños. Álbum también de integración cultural, en la tradición norteamericana de Grandfather’s Journey [1], de Allen SAY [2], aunque Me llamo Yoon sea, pictóricamente y en su confección como álbum, mucho más moderno. El texto, en primera persona, da con el tono justo, sereno y sobrio, como en voz baja, y acierta tanto en lo que dice como en lo que calla.
Otros álbumes: Yoon y la pulsera de jade [3].