- Bienvenidos a la fiesta - https://bienvenidosalafiesta.com -

PIUMINI, Roberto

El estralisco es un relato bonito y bien contado, con un cierto parecido con El cartero del rey [1], la obra de TAGORE [2], donde también el niño enfermo llena de alegría y hace mejores a quienes le rodean. A pesar de la falsedad de fondo de intentar sobrellevar sólo a base de poesía el sufrimiento de la enfermedad y la muerte, prescindiendo de cualquier sentido trascendente, la historia tiene fuerza debido a la existencia real de personas llenas de bondad, y debido a que muchas veces los niños afrontan el sufrimiento y la llegada de la muerte de una forma más limpia que lo hacen los adultos, sin su carga de recuerdos y de culpas.

Motu-Iti tiene también un lenguaje preciso y poético, un argumento bien construido que se desarrolla con un ritmo pausado y que logra enganchar al lector, al principio con la curiosidad por saber la explicación que dará el narrador de las inscripciones y las esculturas de la famosa isla del Pacífico, después por el mismo poder que tiene la narración. El autor ha sabido dibujar con mucho atractivo a Tou-Ema, de quien se nos dice que, cuando era jefe, «era como una de esas palmeras que filtran el sol y la lluvia, mantienen húmedo el terreno, lo enriquecen con su propio follaje y hacen nacer a su alrededor una hierba feliz». También es un acierto cómo se presentan los modos de vida sencillos de los habitantes de esta novelesca isla de Pascua, un lugar donde los hombres y mujeres se comportan con honradez, y donde «las cosas del amor eran correctas y lentas, arrancaban despacio y llegaban lejos». Las descripciones ambientales son pocas pero justas: «Alejado de Pascua, al doble de distancia que Motu-Nui, hay un risco un poco más grande y llano que se llama Motu-Iti, […] una enorme piedra atormentada por el mar y por el sol. […] Sobre Motu-Iti hay siempre viento y siempre gaviotas».

El jefe de las gaviotas

En el Capítulo XV de Motu-Iti, donde se narra cómo las gaviotas empiezan a ver a Tou-Ema como su jefe, hay un buen ejemplo del tono y el nivel del relato:

«Las manos de Tou-Ema se convirtieron en pájaros. Día tras día, sobre el risco de Motu-Iti, empezó a moverlas como si fueran dos gaviotas. Era una especie de juego no jocoso, un pasatiempo del tiempo que no pasaba. Las dejaba posadas largo rato sobre la roca, inmóviles, luego las levantaba moviendo lentamente los dedos e inclinándolas al viento, y las hacía volar alrededor de él para después posarlas con un tranquilo sobresalto sobre la roca.

Era un juego que hacía a menudo, casi sin quererlo, pues tenía miles de vuelos, movimientos, evoluciones y aterrizajes de gaviotas que observar e imitar; y los imitaba cada vez mejor, con mayor precisión, hasta las más mínimas pulsaciones de las alas y las más delicadas posiciones en el viento.

Las gaviotas miraban su juego. Al principio, viendo las manos del hombre subir y bajar ridículamente sobre la roca, se agitaban temiendo alguna amenaza. Luego, día tras día, vieron que las manos del hombre eran aves. Primero vieron que eran aves que se movían de una manera extraña, rara; luego vieron que eran aves parecidas a las gaviotas. Luego vieron que eran gaviotas. Reconocieron los fuertes signos de su movimiento y de su ritmo, mucho más decisivos que los de la forma y el color, vieron que el hombre jugaba con dos gaviotas, vieron que tenía dos gaviotas junto a él. Vieron que las dos gaviotas que estaban junto al hombre no tenían miedo de él y que se quedaban posadas junto a él cuando miraba la isla y que se elevaban en vuelo con violencia cuando él lo ordenaba, cuando lanzaba sus maldiciones. Vieron que dormían junto a él durante la noche y que por la mañana le ayudaban a cubrirse con el sombrero de plumas; vieron que pescaban para él peces y se los llevaban a la boca.

Las gaviotas pensaron, con su pensamiento de gaviota, que el hombre era un jefe de las gaviotas. Pensaron que, puesto que su pensamiento era simple, que era el jefe de las gaviotas. Y empezaron a obedecerle. Pero como Tou-Ema no sabía que era el jefe de las gaviotas no daba ninguna orden y las gaviotas de Motu-Iti hacían lo que hacían sus manos»…

Más libros: Mil caballos [3].