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STEIG, William

Steig confiesa que no puede concebir un libro para niños que no sea optimista. Y, en efecto, sus libros protagonizados por animales humanizados son siempre positivos y divertidos, aunque no falten las dificultades, y tienen unos finales gozosos para el lector pequeño. Su estilo es directo, su humor parece ingenuo pero es incisivo, y sus ilustraciones son sencillas y eficaces.

Quizá sea Silvestre y la piedra mágica, un relato con animales humanizados como protagonistas y un indudable carácter de cuento tradicional con transformación mágica, el más popular de los muchos cuentos de su autor (dejando de lado las críticas que se le han hecho debido a que los policías a los que piden ayuda los padres de Silvestre sean cerdos). Pero también Dominico es una historia de lo más entusiasta, La isla de Abel respira un buen humor y una tenacidad que renacen una y otra vez, Doctor De Soto transmite inquietud pero también determinación, e Irene la valiente cuenta con una protagonista de coraje inolvidable y es una bonita historia de amor entre padres e hijos.

Un luchador animoso

Dominico es el primer libro «largo» de Steig y un ejemplo representativo del tono de sus relatos. Así, al principio se nos dice que a Dominico «le encantaban las situaciones dificultosas. Te pusieras como te pusieras, todo lo que la vida te ofrecía eran ocasiones para poner a prueba tus capacidades, tus facultades; y él disfrutaba superando esa clase de pruebas». Sus éxitos continuos le llevan a preguntarse «¿cómo se las arreglaría el mundo sin mí antes de que yo naciera? […]. ¿No les parecería que faltaba algo?». Y, al final de sus aventuras, el narrador señala los pensamientos de Dominico: «La vida no era aburrida por aquel camino. Luchar contra los malos del mundo era una experiencia necesaria y gratificante. Ser feliz entre los buenos era, claro está, todavía más gratificante. Pero no se podía ser feliz entre los buenos si no se luchaba contra los malos».

Un ratón reflexivo

También La isla de Abel es un relato mucho más rico de lo habitual en esta clase de libros. Por ejemplo, hay un momento en el que un búho desea capturarlo y comérselo, y Abel logra escapar a duras penas; por la noche, a salvo ya, «Abel se arrodilló a rezar e hizo una pregunta que ya había hecho otras veces, pero nunca con tanta perentoriedad: ¿por qué había hecho Dios a los búhos, las culebras, los gatos, los zorros, las pulgas y otras criaturas igualmente asquerosas y abominables? Pensaba que tenía que haber alguna razón». En otro momento, más adelante, cuando Abel tiene una renovada confianza en sí mismo después de un año en la isla, pelea contra una gata y el narrador indica que «Abel se dio cuenta de que la gata tenía que hacer lo que estaba haciendo. Estaba siendo gato. Le correspondía a él ser el ratón. Y él estaba haciendo su papel muy bien. En su actitud se mezcló un poco de suficiencia; era como si le dijera a su enemigo: “Te toca a ti mover”». Entretanto, «la luna siguió brillando sin inmutarse».

Más libros: Shrek [1], Tiffky Doofky: De profesión, basurero [2].