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FERNÁNDEZ PAZ, Agustín

Los relatos de Cuentos por palabras tienen estructuras distintas y en ellos predomina el humor. Al igual que otros autores gallegos, el autor confiesa con ellos su deuda con su paisano Alvaro CUNQUEIRO [1] y sus memorables colecciones de pequeñas historias.

Diferente filiación tiene Aire negro: entre las numerosas lecturas que Víctor Moldes conoce y propone a Laura no están las historias de terror de LOVECRAFT [2], pues entonces se hubiera dado cuenta «fácilmente» de las dificultades de su enferma. Resultan tópicas las figuras de la periodista crítica que resulta despedida debido a presiones del gobierno y del joven profesor galleguista que congenia con los alumnos y acaba siendo expulsado del centro docente. También cabría objetar que la voz narrativa de Laura, cuando cuenta su versión de la historia, es muy semejante a la de Víctor, aunque sea él ciertamente quien tamiza lo que le cuenta ella. Son cuestiones menores, sin embargo, que por una parte proporcionan los pretextos para organizar el pasado de los protagonistas de modo que vuelvan a contactar cuando ha transcurrido el tiempo y la narración se termine armando con solidez, y por otra dan fluidez y unidad al relato. Y aunque quien haya leído a Lovecraft no se verá sorprendido por el final, sí apreciará la calidad con la que Fernández Paz ha sabido atrapar su modo de confeccionar historias con atmósferas de intenso temor donde prácticamente todo se sugiere y nada se muestra.

En otro nivel podríamos pensar que Aire negro plantea no tanto si existen o no seres tales como la Gran Bestia, ocultos en las profundidades, sino la endeblez de algunas teorías médicas para enfrentarse a determinados males. Una y otra vez, Laura confiesa su fe ciega en el doctor para curarse… Pero, como Carlos dice a Víctor, «¿y qué pasaría si todas esas teorías fuesen erróneas? […] ¿Qué ocurre si los mitos y creencias a los que usted se refiere no son una reminiscencia cerebral arcaica, como quiere Jung, sino la expresión poetizada de terrores innominados?». Al final, el mismo Víctor reconoce que, a veces, las teorías psiquiátricas en las que confiaba solo ofrecen «piadosas explicaciones, tan pobres y alejadas de la realidad como las de cualquier mitología».

Otros libros: Lo único que queda es el amor [3].