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NORTON, Mary

En línea con personajes parecidos a los creados por E. NESBIT [1], La bruja novata resulta todo un hallazgo, por su bondad, su inseguridad y su histerismo: Eglantine afirma que «todas las cosas, incluso la magia, requieren moderación», pero lo cierto es que debe hacer unos esfuerzos notables por mantenerse tranquila y no excitarse. En ¿Han muerto todos los gigantes?, Norton demuestra también su capacidad de fusionar la fantasía tradicional con una mentalidad actual que aprecia el sentido del humor y que los acontecimientos se sucedan con ritmo rápido.

Pero, sin duda, son los pequeños incursores sus personajes más logrados y duraderos. Inspirados en los antiguos gnomos o en los hobbits creados por TOLKIEN [2], los incursores tienen unos quince centímetros de altura, viven a costa de los humanos y llaman «incursionar» a lo que los hombres llaman robar, están muy bien perfilados tanto colectiva como individualmente. La autora da personalidad a cada una de sus criaturas y hace una pintura coherente de la relación de los Clock entre sí y con los otros seres. La obra pierde parte de su eficacia en las traducciones pues, aunque tienen calidad e ingenio, no pueden transmitir los matices de las palabras y expresiones que usa Norton, empezando por la inexacta correspondencia entre «borrowers» e «incursores».

A lo largo de la serie, Norton desarrolla con fluidez y soltura unos relatos repletos de ingenio y cuidadosamente elaborados. En el primero, es la señora May la que cuenta a su sobrina Kate lo que, a su vez, a ella le contó su hermano: el chico del que se hizo amigo Arrietty. En el segundo, la señora May hace que Kate conozca a Tom Goodenough, ahora un anciano guardabosques y que, años atrás, fue quien llevó a los incursores a su casa. En el tercero se nos dice que fue Kate quien escribió para sus hijos toda la historia, muchos años después, rompiendo la promesa que le había hecho a Tom, y que la pieza documental más importante que manejó fue una diminuta libreta victoriana de canto dorado, un diario de Arrietty, que Kate había descubierto en la cabaña de Tom. Se deduce que lo sucedido en el cuarto libro procede de las conversaciones de Arrietty con la señorita Menzies, y en el quinto de una conversación que se anuncia entre ella y Spiller… Esta sofisticación narrativa, que se apoya en distintos enfoques deficientes, contribuye a dar al relato una verosimilitud de la que de otro modo carecería, y añade un elemento más de interés: además de querer saber qué ocurre con los Clock, el lector también acaba deseando averiguar cómo hemos llegado a saber su historia.

Por otra parte, que LOS INCURSORES pueda calificarse como una de las obras fundamentales de la narrativa fantástica inglesa, y no hay más que pensar en descendientes como los gnomos de Terry PRATCHETT [3], se debe también a que contiene multitud de sugerencias de distinta clase. Así, la diferencia entre incursionar y robar no está nada clara cuando unas personas dependen parasitariamente de otras, o cuando los medios de producción están por completo en manos ajenas. O bien, cómo la joven Arrietty se da cuenta de las limitaciones de sus padres y de su defectuosa comprensión del mundo, pero también de los motivos de sus consejos. O las consideraciones que Arrietty se plantea en Los incursores vengados, cuando se pregunta: «¿Sería tal vez (y era una curiosa idea) que los miembros de aquella raza oculta a la que pertenecía habían sido ellos mismos serumanos alguna vez? ¿Qué se habían ido haciendo más pequeños a medida que su estilo de vida se tornaba más secreto?».

Es deprimente pertenecer a una raza en la que ninguna persona sensata cree

Vale la pena reparar en que Norton describe con calma y construye todo con minucioso detalle, como debe hacerse cuando se quiere dar verosimilitud a un mundo fantástico.

Esto se aplica, por un lado, a las descripciones del paisaje que habitan los incursores: un mundo paralelo, a veces familiar, otras veces amenazante. Así, en Los incursores navegan, cuando los Clock son alojados provisionalmente por los Hendreary, se nos dice que «en aquel extraño nuevo hogar reinaba mucha oscuridad […], bajo las tablas del piso iluminado por cabos de vela pinchados en chinchetas de dibujo dadas vuelta (cuántas viviendas humanas debían incendiarse, comprendió repentinamente Arrietty, por el descuido de un incursor dejando por ahí velas encendidas). A pesar de las limpiezas de Lupy, los compartimentos olían a hollín, y en último término percibías un penetrante olor a queso».

Por otro lado, las sucesivas aproximaciones nos van dando una visión ajustada del modo de ser y de vivir de los incursores. En Los incursores en el campo, será la señora May quien diga que «los incursores son gente nerviosa; tienen que saber donde se guardan las cosas, y qué es lo que probablemente cada humano esté haciendo a determinada hora del día»; y Tom Goodenough apuntará que «los incursores no hacen daño. Ni arman jaleo tampoco. No son como los ratones de campo». En Los incursores vengados, la señora Menzies señalará que prefieren «casas antiguas y descuidadas, con tablas flojas en el piso, un artesonado centenario y todo eso; instalan su vivienda en los rincones y grietas que menos se espera. La mayoría vive detrás de los frisos, o incluso debajo del suelo…».

Y así el lector también acaba por sufrir la inquietud que los atenaza. Si por un lado parecen susceptibles y orgullosos, y actúan como si se creyeran dueños del mundo, y afirman que los «serumanos» fueron hechos para realizar los trabajos pesados, su mundo es poco apacible pues están en continuo peligro de ser «descubiertos», el máximo desastre que puede ocurrirles. Ciertamente, la naturaleza les ha dotado de «la comezón, la sensación que los incursores experimentan cuando hay cerca un ser humano», y que a Homily, por ejemplo, le empezaba en las rodillas. E incluso compartirá el desencanto de Arrietty cuando le dice a Tom: «Es tan deprimente y triste pertenecer a una raza en la que ninguna persona sensata cree».