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HAWTHORNE, Nathaniel

Las obras importantes de Hawthorne tratan sobre cuestiones como «el sentimiento de culpabilidad del hombre, el orgullo intelectual y la naturaleza del mal», y se las considera «como un estudio de los efectos del puritanismo de la sociedad en la que él vivió» (J. Coy Ferrer). Pero poco tienen que ver con estas cuestiones los libros seleccionados.

Aunque los incidentes de Veinte días con Julian y Conejito sean nimios, la narración tiene gracia por el humorístico realismo con el que se revelan tanto los comportamientos del conejito y del niño, como los altibajos emocionales que sufre su padre ante la incansable actividad del pequeño Julian, un «torrente de locuacidad» como «un arroyo fluyendo sin cesar». Tiene también interés porque cuenta episodios de la relación amistosa del autor con Herman MELVILLE [1], su vecino entonces, con el que un día mantiene «una charla acerca del tiempo y de la eternidad, de cosas de este mundo y del próximo, de libros y editores, y de todo lo posible y lo imposible, que se prolongó hasta muy avanzada la noche y en la que, si hay que decirlo todo, estuvimos fumando cigarros incluso en el sagrado recinto de las paredes de la sala de estar». Y es importante también por ser el primero, dentro de la literatura norteamericana, que pone a un niño en el centro de un argumento. Así lo indica en el extenso prólogo Paul AUSTER [2], que se detiene a enumerar las atractivas cualidades literarias y humanas de Hawthorne: su prosa precisa, ingeniosa y mordaz; su amor a su esposa e hijos y la paciencia que demuestra en su relación con Julian. Es fácil estar de acuerdo con Auster cuando indica que, a la vista del texto, queda claro que si las imágenes sólo registran la superficie de las cosas, las palabras van mucho más al fondo tanto si con ellas se trata de paisajes como si se trata de rostros de niños.

En cuanto al Libro de las maravillas y a Cuentos de Tanglewood, fueron relatos concebidos y ejecutados por el autor después del éxito de La letra escarlata, con el fin de aprovechar su recién ganada popularidad y con un obvio propósito divulgativo. El mismo narrador declara que su intención es entretener a unos niños y, al mismo tiempo, enseñarles lecciones útiles para la vida: «Tal vez la mejor manera de enfrentarse a una Quimera sea acercándosele todo lo más posible». Hawthorne era consciente de las limitaciones de su obra pero quedó satisfecho tanto de la calidad literaria como del éxito de su intento: fueron libros bien aceptados y muy difundidos (aunque también enfadaron a gente como Charles KINGSLEY [3]).

Otros libros: La casa de los siete tejados [4], Wakefield [5].