Valle-Inclán se adaptó al concepto de teatro infantil que tenía BENAVENTE [1], de buscar un espectáculo «para niños con sus padres», pero logró esquivar el explícito interés educativo de Benavente en la que sería la única pieza teatral infantil que redactaría. El autor gallego consiguió una obra con diálogos divertidos y situaciones variadas, que se desarrolla en escenarios diversos: un castillo de fantasía «como lo saben soñar los niños», una venta clásica, jardines de palacio, bosques de mil años… Y se vale de su apariencia de cuento de hadas y de caracteres tomados de los cuentos populares para realizar una especie de sátira del Poder. A pesar de tal intención de fondo y de las referencias históricas y críticas al comportamiento humano y a la época, la obra funciona bien también al nivel de comprensión del público infantil.