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CRICHTON, Michael

El autor construye sus novelas con eficacia e inteligencia pero con frecuencia no acaba bien sus relatos, quizá porque piensa en exceso en su adaptación cinematográfica futura. Esto se nota mucho, por ejemplo, en Congo (1990), una versión tecnologizada del redescubrimiento de civilizaciones del pasado al modo de Las minas del Rey Salomón [1], bien armada pero menos consistente que las dos novelas citadas, seguramente las dos mejores del autor, especialmente Parque Jurásico.

El ritmo vivo y la documentación bien dosificada hacen jugosos y verosímiles los relatos. Pero se puede seguir la aventura apartando la hojarasca científica que, aún estando bien integrada en el relato, es lógicamente reductiva e incompleta. Si esta insuficiencia de la información científica no tiene por qué ser un demérito en una novela, se vuelve contra el autor cuando, en El mundo perdido, es más apologético de la cuenta en su posición anticreacionista. Sin embargo, la tesis fundamental de Parque Jurásico, que la vida no es un simple proceso de fabricación, está planteada con ponderación y, por eso, toda la novela suena como una convincente advertencia sobre los peligros de la investigación científica descontrolada, o en manos de gente sin escrúpulos. El mundo perdido da prioridad a la aventura, y en ella Crichton no sólo reutiliza el mismo título del clásico de Conan DOYLE [2], sino que realiza numerosos guiños (otros dirían saqueos) a novelas clásicas de STEVENSON [3], VERNE [4]

¿Qué hay más aburrido que la moda? los deportes, quizá

El personaje más logrado de Parque Jurásico (que Crichton resucita para convertirlo en protagonista de El mundo perdido), es el matemático Ian Malcom, al que cuando preguntan si no ve aburrido usar ropa de sólo dos colores, negro y gris, contesta: «En absoluto. Lo encuentro liberador: creo que mi vida tiene valor y no quiero malgastarla pensando en ropa. No quiero pensar en “lo que voy a usar” por la mañana. En verdad, ¿se puede imaginar algo más aburrido que la moda? Los deportes profesionales quizá: hombres grandes golpeando pelotitas, mientras el resto paga dinero por aplaudir. Pero, teniéndolo todo en cuenta, encuentro que la moda es más tediosa que los deportes».

¿Qué hay de malo en la ciencia?

Malcom sermonea un poco, pero merece la pena escucharlo: «Vivimos en un mundo de aterradores “descontados”: se da por descontado que una persona se comportará así, por descontado que le interesará aquello. Nadie piensa en los descontados. ¿No es sorprendente? En la sociedad de la información, nadie piensa. Esperábamos desterrar el papel, pero, en realidad, desterramos el pensamiento».

En otro momento hablará sin piedad de los científicos obsesionados con su ciencia: «No tienen inteligencia. Tienen lo que denomino “inexisteligencia”: ven la situación inmediata; piensan con estrechez y a eso le llaman “estar concentrado en un concepto”. No ven lo que les rodea. No ven las consecuencias. […] En realidad, lo que les preocupa son los logros. Y están concentrados en si pueden hacer algo. Nunca se detienen a preguntar si “deben” hacer algo. De modo muy conveniente, a tales reflexiones las definen como “inútiles”: si no lo hacen ellos, algún otro lo hará. […] Ese es el juego que se practica en la ciencia. […] Los científicos tienen que dejar su señal. No se pueden limitar a observar. No se pueden limitar a apreciar. No se pueden limitar a encajar en el orden natural: tienen que hacer que algo antinatural ocurra. Ese es el trabajo del científico, y ahora tenemos sociedades enteras que intentan ser científicas. […] Hemos tenido cuatrocientos años de ciencia moderna y, en este momento, deberíamos saber para qué sirve y para qué no».

Y más adelante continúa: «¿Sabe qué es lo que tiene de malo el poder de la ciencia? Que es una forma de riqueza heredada. Y ya sabe usted cuán imbécil es la gente congénitamente rica. Nunca falla. […] La disciplina de conseguir el poder cambia a la persona. Pero el poder científico es como la riqueza heredada: se obtiene sin disciplina. Una persona lee lo que otras hicieron, y da el paso siguiente. Puede darlo siendo muy joven. Se puede progresar muy de prisa. No hay una disciplina que dure muchas décadas. No hay humildad ante la Naturaleza. Solo existe la filosofía de hacerse rico pronto, hacerse un hombre rápido. Engañar, mentir, falsificar, no importa. Nadie nos critica. Nadie tiene pautas. Todos intentan hacer lo mismo: hacer algo grande y hacerlo rápido. Y el comprador tendrá aún menos disciplina que el científico: el comprador simplemente adquiere el poder, como si fuese cualquier bien de consumo. El comprador ni siquiera concibe que sea necesaria disciplina alguna».

Otras novelas: Next [5].