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GODDEN, Margaret Rumer

El relato infantil más conocido de la autora, The Doll´s House, no está traducido al castellano y es un relato extraordinario por varias razones. Una, por el cuidado de todos los detalles descriptivos. Otra, por su entrelazamiento tan hábil de las conversaciones entre las muñecas y los seres humanos: unas van por un lado y otras por otro pero, de modos sutiles, ambos hilos se unen, pues los muñecos saben que «no deben dejar de desear continuamente lo que quieren que hagan sus dueños». Otra más, porque alcanza una complejidad emocional impensable: los choques de personalidades llegan a ser sorprendentemente intensos. Y, finalmente, por su desenlace que, para los lectores más emotivos, puede resultar incluso doloroso. Todo esto se logra gracias a un narrador que se dirige al lector y le aclara cosas como que Mr. Plantaganet fue maltratado por sus propietarios anteriores, o que su esposa Birdie no está del todo bien de la cabeza, para disponerle a simpatizar con los Plantagenet y preparar el terreno antes de la llegada de la manipuladora Marchpane. Esta, una muñeca con «la cabeza llena de pensamientos sobre sí misma», tendrá fuertes enfrentamientos con la sabia Tottie que, para no mostrarse temerosa delante de Marchpane y animarse a sí misma, nos indica el narrador que piensa en mástiles de barcos y en astas de banderas, las cosas más valientes del mundo que son, como ella, de madera.

El único libro juvenil que sí está editado en España, Hijos del jueves, engrosa el sub-subgénero de relatos sobre niños en el mundo artístico, un mundo que la autora conocía bien, pues en los años 30 ella misma dirigió una escuela de baile para niños en Calcuta. Con calma y detalle, se van describiendo todas las particularidades de la enseñanza del ballet y los sacrificios que requiere de los niños… El lector queda enganchado por los sufrimientos y el talento que demuestra el pequeño Donne: un nuevo patito feo que, como dice ANDERSEN [1] de su modelo, «no era orgulloso, pues un buen corazón nunca es orgulloso». La novela muestra con acierto muchas cosas, entre ellas el planteamiento demencial de los padres de algunos niños-artistas que, igual que otras sombras muy suavizadas de la misma realidad, aquí se desvanece demasiado positivamente.

Rumer Godden suele atrapar el interés del lector con un modo de narrar en tercera persona y muchos diálogos en los que se mezclan distintas voces: al describir cualquier suceso haciendo notar lo que varias personas dijeron o pensaron después sobre él, va emergiendo la personalidad de cada una y va dando forma y perspectiva a los sucesos. Actúa de igual modo en El río, considerada la mejor de sus obras, una evocación nostálgica de todas las sensaciones asociadas a la infancia, tanto del ambiente de la India que conoció como de las preguntas que se hacen y los sentimientos que invaden a los chicos cuando crecen.

En un prólogo, posterior a la película que filmó Jean Renoir a partir de esta extraordinaria narración, la escritora inglesa dice que este fue uno de esos libros «que se nos dan escritos» y que la inspiración le vino con ocasión de una visita que tuvo que hacer a los lugares de su niñez, en Bengala, en 1945. Dice ahí también que todo lo que cuenta en él responde a sus recuerdos, salvo que no tuvo un hermano pequeño al que matara una cobra, y explica que toda su juventud «transcurrió sobre o junto al río, y estuvo ligada a las crecidas y a las alarmas meteorológicas, a lanchas, a motoras, a vapores… a todo tipo de barcos».

En sucesivas escenas presenta, con simpatía, rituales y fiestas locales, escenas de vida familiar, el bullicio comercial en el río, y nos hace percibir toda clase de sonidos y olores. Es un personajillo encantador Bogui, un niño ensimismado al que «le gustaba comer hormigas para adquirir sabiduría», y que, a diferencia de Enriqueta, a quien «le encantaba molestar a los bichos, y matarlos a veces» (¿alguien imagina esto en la heroína de un libro infantil de hoy?), «se entretenía con las lagartijas y con las culebritas de la hierba, y jugaba a los soldados con los insectos».

Pero, sobre todo, el libro contiene una exposición magistral del mundo interior de la protagonista: «la mitad de Enriqueta quería seguir siendo niña y la otra mitad deseaba crecer», afirma el narrador. «Tú, Queta, — le dice su hermana Beatriz —, siempre tratas de detener la marcha de las cosas… y no puedes». Más adelante será también Beatriz la que llore porque «todo está cambiando demasiado aprisa… y yo no quiero que cambie», mientras Queta piensa: «Nada dura para siempre. Todo se va… ¿Y de verdad se va?»

El capitán le explica un día que con cada suceso podemos nacer de nuevo y morir también, que «hay grandes y pequeñas muertes… y grandes y pequeños nacimientos», pero ella no lo entiende bien. Pero ese pensamiento «demasiado lento, y demasiado feliz todavía» del principio va cambiando y, poco a poco, va dándose cuenta de cómo el río sigue siempre adelante, engulle y asimila cualquier acontecimiento.

También, «algunas veces, durante la noche, Enriqueta pensaba en la muerte. Pensaba que se moría su padre… o su madre… o Nan, que en realidad era muy vieja. Entonces despertaba apresuradamente a Beatriz para que la consolase». No logra discernir bien los mensajes confusos que le llegan sobre la vida después de la muerte — de origen cristiano, hindú, budista, mahometano… —, que se quedan como rendijas abiertas en su mundo subconsciente, según afirma el narrador. Luego, después de que a Bogui le pique la cobra, se acentúan sus reflexiones sobre «los signos de la vida y de la muerte».

Otra novela: Narciso Negro [2].