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MALERBA, Luigi

Por los relatos de El descubrimiento del alfabeto desfilan personajes simples, bruscos y directos, tercos pero amables a su modo, con un mundo interior a veces mezquino y las preocupaciones propias de quien vive con lo justo. Algunas escenas derivan hacia lo patético y otras más hacia lo cómico pero, en cualquier caso, con frecuencia arrancan la sonrisa y siempre mueven a la compasión. Casi todo el peso de la información recae sobre unos excelentes diálogos lacónicos que ponen al lector en condiciones de hacerse cargo de la mente de los personajes. Eso sí, también el narrador aporta lo suyo: «Napoleón era un tratante muy astuto y todo el mundo creía que se llamaba así por su astucia, pero Napoleón era su nombre de pila».

Los otros dos libros son claramente infantiles y ambos muy parecidos. Los relatos están bien compuestos y son imaginativos. Tienen un desarrollo movido por esa clase de lógica ilógica tan propia de RODARI [1], y unos finales a veces sorprendentes. Los diálogos de los personajes son escuetos y en ellos son importantes los silencios.

El particular humor del autor se puede apreciar en varios relatos del tercer libro. Uno sobre una cebra que se avergonzaba de sus rayas negras y que hubiera preferido ser un caballo, pero después de mucho pensar llegó a la conclusión de que ella «no era un animal blanco con rayas negras sino un animal negro con rayas blancas». Otro sobre un pintor que decide pintar ruidos: ruidos que suben hacia lo alto como columnas, otros que se extienden como nubes de humo, ruidos duros como el acero…, hasta que un día se le ocurre que debía hacer primero la escultura y luego encontrar el ruido correspondiente. Y, mejor aún, en la historia de Nicolone, que fue a sentarse a orilla del Po para esperar a que pasara corriente abajo el cadáver de su enemigo, según dice el proverbio chino, pero luego vio que su peor enemigo también fue a sentarse a orillas del mismo río… pero más abajo, por lo que, al enterarse, Nicolone se desplazó más abajo todavía…: en fin, no está claro que los proverbios chinos sirvan en Italia.