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SALTEN, Felix

Quizá sólo sea posible hablar de Bambi-libro olvidándose de la versión cinematográfica, pues el libro de Salten es una pequeña obra maestra que no pertenece a la literatura lacrimógena, como podría pensar quien solo conociera los dibujos de DISNEY [1], excelentes en su género por otra parte.

Bambi nació de forma ocasional, sin pretensiones. Sólo a partir de su éxito, Salten se convirtió en un escritor de «libros de animales». Y si en todos ellos se nota su espíritu observador, en ningún otro alcanzó el dramatismo sereno que imprimió a un relato aparentemente apacible cómo Bambi. Pues Bambi es, sí, un libro emotivo, pero no sentimental. Tiene una calidad literaria que se apoya no sólo en su fuerza poética, o en el logro técnico de presentar la narración desde el punto de vista de los animales, o en dotar a cada uno de una psicología diferenciada, sino también en su valor como novela de aprendizaje y en su parábola de la condición humana, de la definitiva soledad del hombre ante la muerte.

Salten nos hará ver cómo Bambi aprende: «Llegó a la conclusión de que “pronto” no era lo mismo que “en seguida”. Pero no acababa de saber en qué momento “pronto” dejaba de ser “pronto” y empezaba a ser “dentro de mucho tiempo”». Bambi piensa, como piensan los que aún son muy jóvenes: «Se puso a reflexionar. […] Pero de tanto reflexionar se cansó. Alrededor todo estaba en silencio; sólo se oía cómo hervía el aire de calor. Y se durmió». Bambi se fija en los demás animales, con admiración especial hacia los reyes de los ciervos: «En cuanto oía el poderoso estallido de una de aquellas voces, se quedaba quieto, inmóvil. Su tono grave sonaba como una exigencia imperiosa, como el terrible lamento de una raza noble, enfurecida y encrespada de anhelo, ira y orgullo». Y pasa por épocas de sufrimiento: «Aquella gran penuria, que no parecía tocar nunca a su fin, hizo que se extendiese la exasperación y la barbarie; aniquilaba todo el pasado, enterraba la conciencia, echaba a perder las buenas costumbres y destruía la confianza».

En la nota Lectores más tontos que los nazis [2] hay un jugoso comentario de Fabrice Hadjadj acerca de la novela.

Insatisfecho pero majestuoso

El ciervo «levantó la cabeza y miró hacia donde se hallaba Bambi. Luego miró distraídamente a un punto perdido.

A Bambi le pareció de lo más arrogante tanto la forma que había tenido el ciervo de mirarle como la manera de mirar ahora a un punto perdido, igual que si no hubiera nadie.

Bambi no sabía qué hacer. Había salido con la firme resolución de hablar al ciervo. Tenía la intención de decirle: “Buenos días, me llamo Bambi. ¿Tendría la amabilidad de decirme su nombre?”.

Se había imaginado que era algo sencillo, y ahora se veía que la cosa no era tan fácil. ¿De qué servía ir con la mejor intención? Bambi no quería ser descortés, y eso es lo que sería si se iba de allí sin decir una palabra. Tampoco quería ser importuno, y eso es lo que sería si empezaba a hablar.

Allí seguía el ciervo, con una majestuosidad indignante. Bambi estaba cautivado y al mismo tiempo se sentía humillado. En vano trataba de reaccionar y se repetía una y otra vez el mismo pensamiento: “¿por qué me voy a dejar intimidar? Yo valgo tanto como él; exactamente lo mismo”.

De nada servía. Bambi seguía intimidado y en el fondo de su ser notaba que no valía tanto como él. Ni mucho menos. Se sentía muy miserable, y recurrió a todas sus fuerzas para conservar en alguna medida la compostura.

El ciervo le miró y pensó: “Es precioso… Es encantador… ¡Qué hermoso, qué gracioso, qué modales más delicados! Pero no debo mirarle de esta manera; no está bien. Además podría turbarle”. Y volvió a mirar al vacío.

“¡Qué mirada más arrogante! —pensó Bambi—. ¡Es intolerable! ¿Qué se habrá creído?”.

El ciervo pensó: “Me gustaría hablar con él. Parece tan simpático… ¡Qué tontería que no nos hablemos nunca!”. Y miró pensativo a un punto distante.

“Le importo un comino —se dijo Bambi—. Esa especie se comporta siempre como si estuviera completamente sola en el mundo”.

“Pero, ¿qué le puedo decir? —reflexionó el ciervo—. No tengo ninguna práctica en hablar. Diré una tontería y haré el ridículo porque seguro que él es muy listo”.

Bambi se armó de valor y miró fijamente al ciervo. “¡Qué espléndido es!”, pensó desesperado.

“En fin, tal vez en otra ocasión…”, decidió por fin el ciervo, y se marchó insatisfecho, aunque majestuoso.

Bambi se quedó atrás, lleno de amargura».