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KIPLING, Rudyard

La constatación de que sus obras siguen conservando su frescura con el paso del tiempo, evidencia la categoría de Kipling como narrador. Su mérito está en que sabe conducir la acción, cuando hace falta, con ritmo vivo, y en que lo hace con un estilo colorista y un tono lírico poco habitual en este tipo de narraciones, pero sin restarles en ningún momento verosimilitud, un prodigio no pequeño. Dejando al margen rasgos circunstanciales —su creencia en el destino imperial británico y su afán de homenajear a los soldados del imperio; la contradicción entre la defensa simultánea de Occidente y de la vida «natural» de la selva o de la India—, vale la pena observar cómo, en las obras citadas, Kipling muestra el proceso de maduración de un chico.

En El libro de la selva y El segundo libro de la selva, Kipling emplea la naturaleza, humanizando a los animales al modo de las fábulas, como un ámbito propicio para el aprendizaje de Mowgli. De todos los demás, el más conocido está en la primera recopilación y es el que narra el enfrentamiento entre la valiente mangosta Rikki-Tikki-Tavi, y la malvada cobra Nag, un relato tenso, emocionante y cálido como pocos.

En Capitanes valientes será el contacto con el mar el marco para el crecimiento de Harvey, cuyas maneras de niño mimado desaparecerán al contacto con gente laboriosa: «Este era un mundo nuevo, donde no podía imponer la ley a sus mayores, sino que tenía que preguntar humildemente». Kipling subrayará cómo las cualidades del chico estaban siendo echadas a perder por una educación complaciente y caprichosa pues Harvey «poseía un temperamento resuelto, que la condescendencia sistemática había convertido casi en la obstinación de una mula». C. S. LEWIS [1] tomará una parte de este argumento para El viaje del Amanecer [2] y la transformación que sufrirá Eustace. Hay que decir, sin embargo, que Kipling pretendía con este relato, sobre todo, describir el modo de vida de los pescadores de Massachusetts.

En Stalky & Cia, Kipling, que más o menos se identifica con el intelectual Beetle, narra recuerdos de las crueles novatadas que sufrió cuando era pequeño…, y de las que luego gastó cuando se hizo veterano. Al modo en que lo hiciera Thomas HUGHES [3] en Tomás Brown en la escuela [4], Kipling retrata y justifica una mentalidad y un sistema educativo [5]: no hace referencias negativas a los castigos físicos, pues para los chicos, el uso de la vara es, incluso, un alivio frente a otro tipo de represalias y preferible a cualquier clase de sermón moralizante. Stalky & Cia. merece ser leída para disfrutar con escenas como la de Beetle, frente a uno de los directores del colegio, «con sonrisa de oveja en los labios y sentimientos homicidas en el corazón»; o con toda la concepción y ejecución de una broma memorable, después de la cual Stalky y sus amigos «se dirigieron a su estudio más o menos en silencio. Una vez allí empezaron a reírse, a reírse como sólo los chicos lo pueden hacer. Se reían con la frente apoyada en la mesa o en el suelo; todo su cuerpo reía, doblado sobre el respaldo de la silla o agarrado a una estantería; y se rieron hasta el agotamiento».

En la que quizá sea su mejor obra, Kipling habla de Kim, un chiquillo analfabeto, «familiarizado con todas las especies del mal desde que empezó a hablar», uno de los pícaros más entrañables de la literatura universal, que irá escuchando cada vez más al anciano lama que siempre va «en busca de la Senda que le librará de la Rueda de las Cosas». En el colegio Kim aprenderá «a escribir […], un saber mágico que valía más que cualquier otra cosa»; pero sus maestros serán la misma vida y amigos equívocos como Mahbub, el tratante de caballos, que «tomaba decisiones con la misma rapidez con que desechaba escrúpulos», y que será quien le introduzca en el Gran Juego.

En los relatos de Solo Cuentos, Kipling tiene una intención educativa: presenta la glotonería de la ballena, la pereza del dromedario, los malos modales del rinoceronte, la tonta vanidad del jaguar, el egoísmo individualista del gato; también alaba el ingenio y habilidad del erizo y la tortuga, que se unen para transformarse en un nuevo animal, el armadillo; la cortesía y curiosidad que mueven al pequeño elefante… Usa siempre un lenguaje rico con un humor que atrae al niño, en el que abundan bromas, repeticiones, y que, a la vez, amplía el vocabulario. Por ejemplo, el leopardo le pregunta al mandril: «¿Adónde ha ido la caza?»; luego el etíope le pregunta lo mismo de otra manera: «¿Puedes indicarme cuál es el actual hábitat de la fauna aborigen?»; y el narrador apostilla entre paréntesis: «Eso equivalía a preguntar lo mismo, pero el etíope utilizaba siempre palabras pomposas. Era una persona mayor». Emplea también unas bromas que hoy se considerarían políticamente incorrectas: en De cómo se escribió la primera carta y De cómo se hizo el alfabeto, los protagonistas son unos padres y una hija llamada Taffimai Metallumai, «que quiere decir jovencita-sin-buenos-modales-y-que-debiera-recibir-unos-azotes», brevemente Taffy, una chica muy activa y valiosa a la que sus padres querían mucho y, por tanto, dice el narrador, no «le daban ni la mitad de los azotes que hubiese sido conveniente para ella»; y no tiene desperdicio el irritante comportamiento de las «señoras neolíticas». Cada relato tiene varias ilustraciones del mismo Kipling, que además las comenta con mucho acierto —se ve que era muy consciente de sus cualidades y limitaciones como ilustrador—, y que tienen ecos de artistas de la época que le agradaban.

Puck, el de la colina Pook, que tiene algo de historia de Inglaterra para niños, encendió el interés de la pequeña Rosemary SUTCLIFF [6] por los siglos en los que Inglaterra estuvo bajo la dominación romana y la llevó a la redacción de sus obras sobre aquella época. Su interés está, como siempre, en el talento narrativo de Kipling y en el modo literario de acercarse a los hechos históricos. No es una novela de aventuras: Kipling es lírico al referirse a la naturaleza y no busca construir unos relatos graciosos, aunque tenga cierta chispa Puck, «el espíritu antiguo más antiguo de Inglaterra», «un hombrecillo bajo, moreno, chato, ancho de hombros, de orejas puntiagudas, ojos azules oblicuos y cara pecosa, cruzada por una sonrisa sardónica», «gorro azul oscuro, (…) pies descalzos y peludos».

Ojos como lunas verdes

La maestría de Kipling es deslumbrante en sus descripciones, sean largas o breves. Así, los personajes de El Libro de la Selva que rodean a Mowgli: cuando la Madre Loba se pone frente a Shere Khan, «sus ojos, como dos lunas verdes en la oscuridad, se clavaron en los ojos del tigre, que brillaban como dos tizones encendidos»; «el chacal, Tabaqui el Lameplatos, siempre armando líos, contando chismes y comiendo trapos y trozos de cuero por los basureros de la aldea»; «Akela, el gran Lobo Solitario gris, que, por su fuerza y por su astucia, había sido elegido jefe de la Manada»; «Baloo, el oso pardo dormilón que enseña a los lobeznos la Ley de la Selva, el viejo Baloo, que puede ir y venir a su antojo porque sólo come nueces, raíces y miel»; «Bagheera, la Pantera Negra, negra como la tinta […], tan astuta como Tabaqui (el chacal), tan atrevida como un búfalo salvaje y tan peligrosa como un elefante herido […], su voz era tan dulce como la miel silvestre que cae de los árboles y su piel más suave que el plumón»; Kaa, la Serpiente Pitón, «disparando su cabezota de nariz achatada por encima del suelo y formando con los diez metros de su cuerpo curvas y nudos fantásticos»…

Sin descanso y sin misericordia

El mar, en Capitanes valientes: «El Aquí Estamos parecía deslizarse entre largas avenidas o trincheras, que darían la impresión de las de la ciudad natal, provocando una sensación de seguridad si estuvieran inmóviles, pero cambiaban sin descanso y sin misericordia, elevando el velero hasta el pico más alto de mil colinas grises, mientras el viento sacudía todo su velamen al descender la embarcación por la ola»; «el pequeño velero saltaba alrededor de su ancla, entre las olas de plata. Se echaba hacia atrás con un ademán de fingida sorpresa al ver el cable tirante. Daba un zarpazo a la cadena, como si fuera un gatito, mientras embarcaba agua por los escobenes, haciendo el mismo ruido que una batería de cañones. Sacudía la cabeza, como si quisiera decir: “Lo siento mucho, pero no puedo quedarme más tiempo con usted. Me voy hacia el Norte”, y se deslizaba hacia adelante, deteniéndose repentinamente, con un tintineo dramático de todo el aparejo. “Como estaba a punto de decir…” continuaba, con la gravedad de un borracho que entabla el coloquio con el poste de un farol. El resto de la frase (naturalmente el velero no hablaba, se limitaba a hacer los gestos), se perdía en ruido del oleaje, cuando se portaba como un cachorrillo que muerde una cuerda, o como una mujer gorda a caballo, o como una gallina a la que se le acaba de cortar la cabeza, o como una vaca a la que se sujeta por un cuerno, tal como ponía al velero el humor cambiante del mar».

La India, un rugiente remolino

Y el «rugiente remolino» de la India, en Kim: «Todo era una pura delicia: el camino sinuoso que trepaba y se desplomaba entre estribaciones cada vez a mayor altura; el arrebol de la mañana sobre las nieves lejanas; los cactos de brazos innumerables, hilera sobre hilera en las rocosas laderas; el susurro del agua en millares de acequias; el parloteo de los micos; los cedros solemnes trepando uno tras otro con ramas dirigidas hacia el suelo; el panorama de las llanuras que se extendían bajo ellos hasta perderse de vista; el incesante resonar de los cuernos de las “tongas”; las desenfrenadas carreras de los primeros caballos cuando una “tonga” doblaba una curva; las paradas para las oraciones […]; las tertulias por la noche en los sitios de descanso, cuando camellos y bueyes rumiaban juntos solemnemente y los impasibles arrieros contaban las nuevas de la carretera. Todas aquellas cosas hacían que a Kim le cantara el corazón dentro del pecho».

Ideas y opiniones de Kipling

Un acercamiento a las ideas y opiniones de Kipling está en su autobiografía, Algo sobre mí mismo. En ella cuenta su vida no sin lanzar dardos sarcásticos: «Y, si podéis, soportad serenamente a los imitadores. Mis Libros de las tierras vírgenes engendraron tal cantidad, que podrían formarse con ellos verdaderos parques zoológicos. Pero el genio de los genios fue uno que escribió una serie titulada Tarzán de los monos [7]. Lo leí, mas lamento no haberlo visto en película, donde brama con el mayor éxito. Adaptó al jazz el tema de los Libros de las tierras vírgenes, y supongo que se divirtió de veras. Según me informaron, dijo que quería ver hasta qué punto era capaz de escribir un libro malo y “sacar de él el mejor provecho”, lo cual es una ambición perfectamente lícita».

Ninguna superioridad moral

Y un dibujo más acabado del autor inglés está en la biografía de David Gilmour, centrada sobre todo en su personalidad [8] y en su imagen pública, aunque también da pinceladas sobre su obra y sus ideas literarias [9]. En ella se dice lo siguiente a propósito de Kim: «Los críticos han detectado fallos de “orientalismo” en el texto, unos estereotipos reprobables como “el instinto buhonero del Oriente”, “el cometido inmemorial de Asia”, “la indiferencia oriental al mero ruido”. Pero Kipling sólo registraba lo que él —y mucha otra gente— había percibido en sus viajes por la India. En cualquier caso, se trata de un defecto menor al lado del logro del libro en su conjunto: el panorama del norte, su descripción de la Gran Carretera Principal (que Forster consideraba lo más grande que un inglés había escrito sobre la India) y, sobre todo, sus cuatro figuras indias (el lama, el babu, el chalán pastún y la viuda Sahiba de Saharunpore) y su vívida multitud de personajes menores. […] Con certeza, Kipling miraba a los indios como inferiores en varios sentidos, especialmente en lo referido a llevar una administración, y pocos coetáneos hubieran estado en desacuerdo con él, en Inglaterra o en cualquier otra parte. Pero eso no demuestra en sí mismo una reivindicación de superioridad racial, como hacía Ruskin cuando llamaba a los ingleses “una raza surgida de una mezcla de la mejor sangre norteña”, o Tennyson cuando escribía “los hombres más nobles se crían, creo yo, se crían / Entre los nuestros de raza sajona-normanda”. Más bien refleja la opinión, mucho menos discutida, de que entonces los británicos eran más capaces que los indios para llevar a cabo ciertas tareas. […] Ciertamente, los británicos de los cuentos de Kipling rara vez exhiben alguna superioridad moral…»


Bibliografía:
—Rudyard Kipling. Algo sobre mí mismo (Something of Myself, 1937). Barcelona: Juventud, 1983, 2ª ed.; 205 pp.; trad. de M. Manent; ISBN: 84-261-2021-0. Hay una nueva edición titulada Algo de mí mismo: para mis amigos conocidos y desconocidos, en Madrid: Pre-textos, 1998; 248 pp.; trad. de Álvaro García; ISBN: 84-8191-223-9.
—David Gilmour. La vida imperial de Rudyard Kipling: la larga retirada (The Long Recessional. The Imperial Life of Rudyard Kipling, 2002). Barcelona: Seix Barral, 2003; 447 pp.; col. Los tres mundos; trad. de Diego Valverde; ISBN: 84-322-0875-2.
—Juan Tébar. Kipling: el hombre de las tierras vírgenes. Revista CLIJ, n. 58, II.1994.