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DICKENS, Charles

Dice Chesterton que «la obra de Dickens no se deja medir ni dividir por novelas; puede computarse siempre por personajes, a veces por grupos, más a menudo por episodios; pero nunca por novelas». Y es que las obras de Dickens son, todas ellas, una galería de personajes que se mueven en mundos reales y claroscuros, de modo que «lo mejor de sus obras puede estar en la peor de sus obras». Se comprende bien lo anterior con un ejemplo del mismo Chesterton: «Sherlock Holmes es la única figura popular en las novelas de Sherlock Holmes. Pocos serán capaces de decir de improviso cómo se llamaba el dueño de la Llama de Plata, o si la señora Watson era rubia o morena. En cambio, si Dickens hubiese escrito las novelas de Sherlock Holmes, todos los personajes sin excepción habrían sido igualmente atrayentes e inolvidables. […] Cuando Dickens mete en un libro un personaje meramente para que lleve una carta, aún tiene tiempo de dar dos pinceladas y hacer de él un gigante. Dickens no sólo conquistó el mundo: lo conquistó con personajes secundarios», pues se esforzó siempre por hacer verdaderos los estados de ánimo y las motivaciones por encima de los enredos aventureros. Además, Dickens maneja como nadie una peculiar ironía y un humor caricaturesco que, unidos a la compasión, hacen muy eficaz su labor de crítica social. «Estas dos primordiales virtudes de Dickens —la de ponerle a uno la carne de gallina y la de hacerle retorcerse de risa— iban en él hermanadas; nunca está lejos una de otra». Se ha dicho de él que era al mismo tiempo un «burlón sin freno» y un «razonador lleno de moderación».

En su Introducción a la literatura inglesa (Madrid: Alianza, 1999), Jorge Luis Borges y María Esther Vázquez, señalan que «Dickens descubrió la emoción de los barrios humildes», que otro descubrimiento que hizo, «aún más importante, fue la solitaria magia de la niñez», y que «lo atrajo asimismo el tema del crimen; sus asesinatos, que influyeron en Dostoievski [1], son inolvidables». Aunque este último punto se puede apreciar mejor en otras novelas, lo cierto es que los tres se ven bien tanto en Oliver Twist como en David Copperfield, obras en las que Dickens ajusta cuentas con su infancia, marcada por el sufrimiento y por la falta de amor de su madre. Oliver Twist fue y es muy popular, también por sus adaptaciones teatrales, musicales y cinematográficas, pero es en exceso folletinesca y caricaturesca y sus coincidencias son aún más increíbles que las de otras novelas.

David Copperfield está más lograda, también por ser la novela en la que, al poner mucho de su propia vida, Dickens se propone mostrar más ostensiblemente un proceso completo de maduración. A diferencia de sus demás libros, en ella, dice Chesterton, «trata de realidades por completo corrientes, pero las trata con calor y con simpatías y repulsiones casi bélicas. No es que sea un libro realista y, a la vez, romántico, sino que es real porque es romántico. Contiene naturaleza humana contada con exageración humana. Todos recordamos los personajes del libro; nada se parecen a los inflados y fabulosos seres de otras obras de Dickens. No son puras creaciones poéticas […]. A todos nos consta que existen. Todos hemos conocido a la nodriza chapada a la antigua, tozuda y vehemente, tan común y corriente y tan original a la vez, dependiendo tanto de otras cosas y, sin embargo, tan autónoma. Todos hemos conocido al padrastro intruso, al irruptor abstracto, brutal, apuesto, arisco, triunfador y destructor de hogares. Todos hemos conocido a esa solterona tiesa y sarcástica, que se conduce como una chiflada en todas las cosas triviales y como el ser más cuerdo en todas las importantes. Conocemos al gallito de la escuela; conocemos todos a Steerforth, esa criatura privilegiada, a quien los dioses aman y los criados respetan. Y conocemos a su pobre madre aristocrática, tan orgullosa, tan satisfecha, tan abandonada. Y conocemos el tipo de Rosa Dartle, esa mujer solitaria en cuya alma la misma ternura se ha estancado y convertido en una especie de veneno». Son personajes reales pero«iluminados con los colores de la pasión y la juventud. Son gentes reales sentidas románticamente, esto es, gentes reales sentidas como la gente real las siente. Están exageradas, al igual de todas las figuras de Dickens; pero no exageradas como las personas humanas son exageradas por un artista, sino como son exageradas por sus propios amigos y enemigos».

Quizá sea exagerado decir que Dickens, con sus novelas, contribuyó a derribar unas estructuras sociales injustas. Pero no lo es tanto afirmar que con ellas hizo más sensibles a los hombres de su tiempo, lo que no deja de ser un buen comienzo. La razón está en que «Dickens se sentía en simpatía con los pobres, sufría mentalmente con los pobres, las cosas que le irritaban son las mismas que a ellos les irritaban. No compadecía al pueblo, ni se hacía su vocero o campeón; no era siquiera que defendiese al pueblo, sino que él mismo, en tales materias, era el pueblo». Por todo esto, concluye Chesterton, «Dickens permanecerá como señal imperecedera de lo que ocurre cuando un gran genio de las letras tiene un gusto literario coincidente con el del común de los hombres». «No escribió nunca lo que quería el pueblo, sino que quiso lo que el pueblo quiere. […] Jamás habló al pueblo de arriba abajo. Le habló siempre de abajo arriba». Y por eso, aunque no escribió expresamente para niños, ya en 1888 venció con mucha diferencia en una encuesta sobre las lecturas favoritas de los chicos ingleses.

La satisfacción de combatir al malvado

Chesterton piensa que Oliver Twist no tiene tanto valor como otros libros de Dickens, pues es depresivo e incluso irritante que hasta lo humorístico resulte doloroso, pero, a cambio, lo considera un libro honesto que dice mucho del sentido moral de su autor. En particular, subraya cómo, en Oliver Twist, se nota que a Dickens le ponen enfermo las caras de los hombres que miran con desprecio, y que tratan mal, a otros hombres. Con ese libro comienzan sus ataques a ciertas esclavitudes modernas, unos ataques que realiza con la inspirada simplicidad del héroe de los cuentos de hadas que hace frente a los ogros con la espada en la mano, y que, como él, no emprende por motivos y con argumentos políticos sino, sencillamente, porque la maldad le causa indignación y porque siente satisfacción al combatirla.

Momentos de inconsciencia

Para comprender a Dickens conviene caer en la cuenta de que sus libros desbordan vitalidad: puede que su escritura no nos divierta, y que incluso haya momentos en que nos canse, pero a él siempre le divierte y casi nunca parece cansado. El «casi» está en David Copperfield, una novela en la que intenta contar la verdad de su propia vida y en la que parece que su impulso inicial se diluye pues, al final, echa fuera del escenario a ciertos personajes para que no estorben la felicidad del héroe. Esto se aprecia en la forma en que su protagonista enviuda de la guapa pero tonta Dora, y en que la tragedia humana de Pegotty y Micawber la resuelve mandándolos a Australia, como si aquello fuera un paraíso donde las almas pudieran curarse de sus heridas: esta vez Dickens se deja llevar por el sentimentalismo imperialista inglés que prefiere los bordes del imperio, de los que no conoce nada, al corazón del imperio cuya enfermedad conoce de sobra. Con todo, si hay que señalar los defectos de Dickens por ecuanimidad y por lealtad con él, conviene advertir que uno de sus puntos más fuertes está en su capacidad para lograr que sus lectores terminen siendo amigos de personajes como Micawber o Dora, que son una molestia colosal pero, también, una gran aventura que no nos podemos perder. Por eso, sigue Chesterton, al hablar de defectos como los citados, no estamos hablando de Dickens sino sólo de sus ausencias, de sus momentos de sueño y de inconsciencia.

Un mundo nostálgico y familiar

En el prólogo a una vieja edición de Cuento de Navidad, dice Miguel DELIBES [2] que la sola mención de Dickens ya «despierta en el lector iniciado escenas de niebla y nieve, niños harapientos aplastando sus naricillas contra una vitrina repleta de juguetes, el viejo avaro junto a la chimenea de leños crepitantes, velas encendidas, cajitas de música, el cochero en el pescante de una berlina, con el tapabocas hasta los ojos, una calle de Londres flanqueada de árboles agarrotados por la escarcha… Todo un mundo, en fin, transido de nostalgia, envuelto en un halo de candor y sencillez, honestamente moralizador, donde un niño inocente y desvalido topa a menudo con la incomprensión y el egoísmo de los adultos».

Más información

Los textos entrecomillados en la primera parte del comentario corresponden al estudio sobre Dickens [3], a medias entre la biografía y el ensayo, que le dedicó Chesterton. En él también se comenta la condición de «clásico» de Dickens [4] e, indirectamente, al hilo de los comentarios a sus obras, se dan algunas razones de las preferencias de la mayoría de la gente por la literatura llamada «popular»: «Al pueblo no le gusta la mala literatura. Le gusta, sí, literatura de cierto género, y le gusta, aún cuando sea mala, con preferencia a la de otro género, aun cuando ésta sea buena. No veo en ello nada de absurdo; la línea divisoria entre diferentes tipos de literatura es tan real como la que separa el llanto de la risa; y decir a gentes que no pueden obtener más que comedias malas, que ponéis a su disposición una tragedia de primer orden, es como ir a ofrecer a uno que tirita bebiendo café caliente un helado de clase indudablemente superior».

Los textos de los epígrafes titulados «La satisfacción de combatir al malvado» y «Momentos de inconsciencia», están adaptados de otra obra de Chesterton sobre Dickens: Appreciations and Criticisms of the Works of Charles Dickens [5].

Con muchas referencias a comentarios que aparecen en ese libro, hay reseña de todas sus demás novelas y de algunos relatos cortos en otro lugar de esta misma página web [6].

También hay aquí [7] una reseña y los datos de la biografía de Dickens que firmó Peter Ackroyd.

Como se indicó en la biografía, hay un comentario a todos o casi todos los libros de Dickens en otra sección de esta página [6].

En Dickens adaptado [8] comento brevemente adaptaciones de varias novelas.

Bibliografía:
Charles Dickens [3], G. K. Chesterton.
Dickens: el observador solitario [7], Peter Ackroyd.
Charles Dickens, [9] ensayo de George Orwell.
La eficacia del optimismo [10], Luis Daniel González.