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MACDONALD, George

MacDonald ha sido llamado el «padre de la fantasía moderna», nombre que merecería sólo por la gran influencia que tuvo en TOLKIEN [1] y en C. S. LEWIS [2]. El primero confesó que La princesa y los trasgos fue su libro favorito de la infancia, y el segundo cuenta en su autobiografía que, cuando tenía dieciséis años, compró un libro de MacDonald titulado Phantastes que le cautivó: «Aquella noche mi imaginación, en cierto sentido, recibía las aguas del bautismo». Todo el mundo subterráneo en el que viven los mineros y los trasgos contra los que pelea Curdie, está en la base de tantas escenas que viven los héroes de Tolkien dentro de pasadizos y cuevas angustiosas. Y los acentos razonadores y convincentes del narrador que usa MacDonald son los mismos que usará Lewis en las CRÓNICAS DE NARNIA [3].

Más allá del Viento del Norte fue el primer libro infantil del autor. Lo publicó primero por entregas en 1868 y luego como libro en 1871. Está considerado una de sus obras maestras a pesar de que, para muchos, hoy resulte difícil no tanto leerlo como aceptar su planteamiento y el tratamiento que hace de la muerte de un niño. Por un lado, merece grandes elogios la viveza del estilo de MacDonald, su talento para la creación de personajes extraordinarios, y su gran ambición a la hora de abordar temas difíciles. Sin embargo, su argumento tiene altibajos: alterna momentos de gran interés con otros pasajes que parecen innecesarios o, al menos, prescindibles. La narración incluye también canciones de cuna que canta Diamante a su hermano pequeño y relatos cortos, que a veces se han publicado por separado, como La pequeña Luz del Día (Little Daylight).

La princesa y los trasgos es quizá la mejor de las novelas de MacDonald. Tiene un cierto ritmo de novela policíaca, se alternan distintos escenarios, se narran los sucesos al modo de la tradición oral con un tono sencillo y poético. Son frecuentes los diálogos, abunda el sentido del humor, y en todo momento el narrador precisa, aclara, tranquiliza, y consigue involucrar al lector en la historia. MacDonald apoya la esperanza de sus héroes en su continua lucha y, a la vez, en su confianza en la intervención de fuerzas providenciales más poderosas.

La princesa y Curdie tiene la misma calidad en las descripciones, diálogos igualmente inteligentes, un hilo argumental directo que atrapa, un personaje singular como Lina, y escenas de gran intensidad como cuando Curdie mete las manos en el fuego y, a través del dolor, obtiene una particular sabiduría para el futuro. De todos modos, tiene menos encanto que La princesa y los trasgos: debido a la mayor preponderancia de lo fantástico-inexplicable sobre lo aventurero y debido a su coda final pesimista, que refleja la desconfianza en la naturaleza humana que fue acentuándose a lo largo de la vida del autor.

Ver no es creer, es solamente ver

MacDonald hace sutiles e inteligentes distinciones. «Ver no es creer, es solamente ver», dice a Irene el hada en La princesa y los trasgos. «No te reprocho que no consigas creerlo, lo que te reprocho es que a una niña como ésa la consideres capaz de engañarte», explica la madre de Curdie a su hijo cuando éste manifiesta su incredulidad hacia lo que le cuenta Irene.

Y vuelve a lo mismo en La princesa y Curdie, cuando al principio se nos dice que «a medida que Curdie iba creciendo, lo hacía más rápido de cuerpo que de mente —con la habitual consecuencia de que se estaba haciendo bastante estúpido—, y uno de los principales indicios era que creía cada vez menos en las cosas que no había visto».

Pero, en la línea de mostrar cómo las apariencias a veces ocultan la realidad, el episodio más significativo tiene lugar en la primera novela cuando el hada entrega un ovillo a Irene, pero sin embargo guarda el ovillo en el cajón y le da una explicación asombrosa:

«—Tienes que entender una cosa: nadie ha dado nunca de verdad algo a otro sin quedárselo también. El ovillo es tuyo.

—¡Ah! ¿Entonces no me lo llevo? ¿Lo vas a guardar tú para mí?

—Eres tú quien se lo lleva. He atado a tu anillo un cabo del hilo, lo tienes en el dedo.

Irene contempló el anillo.

—Yo aquí no veo nada, abuela —dijo.

—Es demasiado fino el hilo para que puedas verlo. Sólo se siente. Ahora comprenderás la cantidad de horas de rueca que requiere hilar este ovillo, por pequeño que parezca.

—¿Pero a mí de qué me sirve si se queda en tu cajón?

—Eso es lo que trato de explicarte. Precisamente si te lo llevaras es cuando no te serviría de nada, ni sería tuyo como no se quedara en un cajón de mi armario».

E Irene se dará cuenta que de nada le valdría percibir el tacto del hilo en los momentos de peligro si el ovillo no estuviera en el cajón de la abuela.

Realidades que cuesta comprender

En Más allá del Viento del Norte MacDonald intentaba presentar y explicar algunas realidades que humanamente son poco comprensibles.

Una es la muerte de un niño —el personaje de Diamante parece tener que ver con un hijo del autor que falleció siendo niño—, y el hecho de que un niño acepta su propia muerte mucho mejor que los adultos que le rodean. En esa dirección apunta el hecho de que Diamante no tema e incluso desee irse a la parte de atrás, o la espalda, del viento del norte, un lugar denominado así por Herodoto —tal como el narrador indica en el mismo texto—, y que se refiere a un lugar feliz más allá de la muerte.

Otra es el encanto particular de algunos niños, en este caso de un niño muy bondadoso que tiene algo de la figura de Cristo —algunos llaman a Diamante «el bebé de Dios»—, un poco al modo de El idiota de DOSTOIEVSKI [4] (novela que se publicó el mismo año), en el sentido de que todos le admiran por su bondad al tiempo que atrae burlas y rechazos, y en el de que no parece pertenecer a este mundo pues siempre desea y procura hacer el bien, y no tiene en cuenta los malos tratos que recibe.

Y otra más es el personaje de Viento del Norte, que tiene algo de la figura de una madre que sabe ser amable pero también dura, y que parece representar la voluntad de Dios. En un momento le dice a Diamante que, aunque su corazón es bueno, «en ocasiones me llaman Mala Suerte, en otras Malvada Oportunidad, a veces la Segadora»… Hay una escena en la que le dice a Diamante que esa noche ha de hundir un barco y, cuando él le replica que eso es espantoso, ella le indica que obedece mandatos de quien puede darlos y que a veces ha de parecer cruel aunque no lo sea: «no puedo hacer nada cruel aunque a menudo hago lo que parece cruel a esos que no saben lo que realmente estoy haciendo».

Hay diálogos y consideraciones extraordinarias. Uno, el de Diamante con su madre haciéndole ver que su hermano pequeño, recién nacido, es suyo, igual que ella (su madre) también es suya… porque «el amor es lo único que hace tuyas las cosas». Otro, una conversación en la que Diamante dice a Viento del Norte que «veinte corderos no son mejores que una oveja cuyo rostro conocías. (…) Cuando has mirado a los ojos a alguien, mirado de verdad a los ojos, quiero decir, nadie puede puede ya sustituirlo ni ocupar su lugar». Un tercer ejemplo, a propósito de si los sueños son verdad o mentira, esta explicación de Viento del Norte a Diamante: «si lo que piensa y dice la gente de día es mentira, es muy probable que sus sueños sean también mentira. Pero la gente que ama la verdad, sin duda soñará de vez en cuando sueños que son verdad».

La edición en castellano del año 2016 es la primera que se publica en España pero, a cambio, hay que decir que es excelente: la traducción es buena, tiene las notas explicativas necesarias, reproduce las ilustraciones originales de Arthur Hughes [5], se lee con comodidad.

Otros relatos y novelas

La historia de Nycteris y Photogen [6], La princesa ligera [7], La llave de oro [7], Fantasías [8] (o Fantastés [9] en otra edición), Lilith [8].

Existe una edición con ocho cuentos del autor, los tres primeros citados y otros, titulada Cuentos de hadas [10]; la introducción contiene un ensayo del autor en el que explica cómo comprende la creación de las ficciones de fantasía: algunas ideas están en Sobre las ficciones de fantasía (2) [11] y en Sobre las ficciones de fantasía (y 3) [12].

Bibliografía
Ricardo Aldana.
George MacDonald [13] (2011). Madrid: Fundación Maior, 2011; 52 pp.; col. Acercarse; ISBN: 978-84-936777-3-2.