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O’CONNOR, Flannery

A lo largo de su vida, Flannery O´Connor publicó unos treinta relatos que, desde su publicación hasta hoy, han ido ganando un creciente número de lectores debido tanto a su solidez literaria y humana poco común como a su sorprendente originalidad. Su escenario es el Sur de los EE.UU. presentado como un mundo donde hay comportamientos violentos y actitudes racistas o, en general, despectivas hacia otros seres humanos considerados de más baja condición.

Sus protagonistas son personas vulgares, con frecuencia patéticas pero siempre merecedoras de compasión. Ninguno es un malvado o un bueno completo, ninguno es un personaje de novela rosa o de aventuras, y cualquiera puede sorprendernos diciendo grandes verdades. La escritora sureña emplea un enfoque que ha sido calificado como grotesco, pues presenta una realidad distorsionada de modo que resalte mucho cómo unos comportamientos externos chocantes no son menos grotescos que determinadas actitudes internas de personajes aparentemente sensatos. Su objetivo es desvelar la naturaleza moral del hombre, mostrar la permanente lucha interna contra el mal, señalar la complicidad de la libertad humana en las aparentes derrotas del bien. O´Connor quiere ir al fondo de sus personajes y de ahí su ferocidad al fustigar, con una esclarecedora ironía, la falta de rectitud, la ignorancia satisfecha de sí misma, el patetismo de muchos esfuerzos humanos por hacer cosas buenas de verdad…

Los cuentos sobre niños escogidos están construidos, como todos los suyos, con extrema minuciosidad para que todas las piezas engranen bien: los nombres tienen un claro simbolismo, las metáforas están muy elaboradas y van cargándose de significado a lo largo de la historia, el lenguaje se adapta en cada caso a los personajes y al tono del relato. Los protagonistas de El río y de Los lisiados serán los primeros, Harry Asfield y Norton Sheppard, son niños que desean orientaciones o respuestas para la vida que tienen por delante, e intuyen la existencia de otro mundo que los adultos que les rodean no parecen conocer: eso les conduce a unos finales trágicos que se derivan de agarrarse a las respuestas que otras personas les ofrecen. Un negro artificial y Panorama desde el bosque relatan los descubrimientos que hacen otros dos niños de la mezquindad de los adultos, y cómo los acontecimientos llevan en el primer caso a que el adulto tome conciencia de su culpa, y en el segundo al endurecimiento en su postura y, por tanto, al castigo.

Los cuentos de O´Connor no son fáciles para todos. Hay quienes consideran excesivo presentar padres egoístas como los Ashfield, intelectuales pretenciosos como Sheppard, materialistas rastreros como el viejo Fortune, viejos mezquinos como el señor Head… Quizá no advierten la valentía lógica de la escritora sureña, que huye como de la peste de cualquier simplismo y quiere llevar hasta el final las consecuencias de los planteamientos vitales de sus personajes, y que por eso no se permite suavizar unos desenlaces que, a veces, acaban explotando como bombas.

Juzgándose con la minuciosidad de Dios


Al final de El negro artificial, Flannery O´Connor se salta la regla de dejar que sea el lector quien interprete lo que ha ocurrido y opta por dar una explicación que no deje lugar a dudas acerca del sentido de su relato. Después de todos los incidentes incómodos y vergonzosos que sufrió en su expedición a la ciudad, las reflexiones del señor Head se nos ofrecen en una traducción que no es ni mucho menos perfecta, aunque sí suficiente: «El señor Head permaneció muy quieto y se sintió tocado por la acción de la misericordia, pero esta vez supo que no había palabras en este mundo que pudieran nombrarla. Comprendió que crecía de la agonía, que no es negada a ningún hombre y que es dada de forma extraña a los niños. Comprendió que era todo lo que un hombre podía llevar a su muerte para ofrecer al Creador y de pronto ardió de vergüenza porque tenía tan poca en sí para llevarse con él. Quedó espantado, juzgándose con la minuciosidad de Dios, mientras la acción de la misericordia cubría su orgullo como una llamarada y le consumía. Nunca, anteriormente, había pensado en sí mismo como si de un gran pecador se tratase, pero ahora vio que su verdadera depravación la había llevado escondida para no desesperar. Se dio cuenta de que sus pecados estaban perdonados desde el principio de los tiempos, cuando él había concebido en su propio corazón el pecado de Adán, hasta ese momento, en que había negado al pobre Nelson. Vio que no había pecado tan monstruoso que no pudiera proclamar como suyo, y ya que Dios amaba en la misma proporción en que perdonaba, se sintió preparado para entrar en el Paraíso».

Lectores sin esperanza

A las quejas de algunos frente a ciertos rasgos de su obra y de otros novelistas modernos, Flannery O´Connor responde así en su ensayo Naturaleza y finalidad de la narrativa:

«La gente siempre se está quejando de que el novelista moderno no tiene esperanza y de que la visión que tiene del mundo es insoportable. La única respuesta para esta afirmación es que la gente sin esperanza no escribe novelas. […] Yo siempre me irrito mucho con la gente que supone que escribir narrativa es una huida de la realidad. Es una inmersión en la realidad y es muy vergonzoso para el sistema. Si el novelista no está sostenido por una esperanza de dinero, entonces debe estarlo por una esperanza de salvación; si no, realmente no sobrevivirá a la durísima prueba.

La gente sin esperanza no sólo no escribe novelas, sino, lo que es más importante, no las lee. No examinan detenidamente nada, porque les falta el valor. El camino de la desesperación es negarse a tener cualquier tipo de experiencia, y la novela, por supuesto, es una forma de tener experiencia. La señora que sólo leía libros que la edificaran estaba siguiendo un camino seguro, pero también un camino sin esperanza. Ella nunca sabrá si se ha edificado o no. Pero si leyera alguna vez por error una buena novela, sabría muy bien que le está pasando algo».

Qué narrativa trasciende sus límites

Y en La Iglesia y el escritor de narrativa, la escritora norteamericana se dirige a los «católicos que son víctimas de una estética limitada y del aislamiento cultural» y les intenta explicar que un escritor «no puede cambiar o moldear la realidad en pro de la verdad abstracta. El escritor aprende, quizás más rápidamente que el lector, a ser humilde ante la realidad. Sólo tiene que tratar la realidad, lo concreto es su instrumento, y, al final, se dará cuenta de que la narrativa sólo puede trascender sus límites permaneciendo dentro de ellos». Y, para todos, aclara que «lo que un escritor católico percibe en la vida es el misterio central de la fe cristiana: que por más horror que haya en la vida, Dios ha considerado que valía la pena dar su vida por ella. Pero esto debe ampliar, y no reducir, su campo de visión. […] El católico que no escribe para un círculo limitado de católicos podrá considerar con toda probabilidad que, como ésta es su visión, está escribiendo para una audiencia hostil, y estará más que nunca preocupado de que su trabajo tenga valor por sí mismo y de que sea completo, independiente e invulnerable por derecho propio. Cuando la gente me ha dicho que no puedo ser una artista porque soy católica, he tenido que responder que porque soy católica no me puedo permitir ser menos que artista».

Bibliografía:
—Los ensayos citados en «Lectores sin esperanza» y en «Qué narrativa trasciende sus límites» están en El negro artificial y otros escritos. Madrid: Encuentro, 2000; 327 pp.; introducción de Guadalupe Arbona Abascal; traducción de María José Sánchez Calero; ISBN: 84-7490-599-0.
—El epistolario de la autora es El hábito de ser (The Habit of Being, 1979). Salamanca: Sígueme, 2004; 463 pp.; col. El peso de los días; cartas seleccionadas y editadas por Sally Fitzgerald; trad. de Francisco Javier Molina de la Torre; ISBN: 84-301-1526-9. Algunas notas con textos de esa obra son: Para mí, el mejor libro en mucho tiempo [1], Feminismo [2], Críticos que se pasan de vueltas [3], Definición de la novela [4], La novela como arte [5].
—Un extenso trabajo sobre sus cuentos, firmado por Manuel Broncano Rodríguez, es Mundos breves, mundos infinitos (1992). León: Universidad de León, Secretariado de Publicaciones, 1992; 287 pp.; ISBN: 84-7719-318-5.

—Otra obra en la que se recogen ensayos suyos es Misterio y maneras [6] (Mystery and Manners, 1969). Madrid: Encuentro, 2007; 236 pp.; col. Literatura; edición de Guadalupe Arbona, trad. y notas de Esther Navío; ISBN: 978-84-7490-894-7. Algunas notas con textos de esa obra son: Arte y verdad [7], Para comprender la literatura presente [8].
Tiras cómicas [9] (Flannery O’Connor: The Cartoons, 2014). Madrid: Nórdica, 2014; 132 pp.; col. Nórdicacómic; trad. de Íñigo Jáuregui; edición y epílogo de Kelly Gerald, introducción de Barry Moser; ISBN: 978-84-16112-36-4.
Diario de oración [10] (A prayer journal). Madrid: Encuentro, 2018; 116 pp.; trad. de Isabel Berzal Ayuso y Guadalupe Arbona Abascal; ISBN: 978-84-9055-937-6. [Vista del libro en amazon.es [11]]