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SLOCUM, Joshua

De todos los relatos de aventureros solitarios, herederos reales y no literarios de Robinson, pocos más subyugantes que la travesía del Spray. Hasta quien lo ignora todo de navegación se ve atrapado por la narración de las vicisitudes y dificultades extremas por las que pasó el autor. En su recorrido hizo escala, entre otros lugares, en la isla de Juan Fernández, donde naufragó Alexander Selkirk, cuya peripecia inspiró a DEFOE [1] las aventuras de Robinson Crusoe [2], y en la isla de Vailima, donde visitó a la viuda de Robert Louis STEVENSON [3]. Allí formula Slocum una de las pocas reflexiones marginales que se permite: «A medida que me fui alejando del centro de la civilización, cada vez oí hablar menos de lo que compensaba o no compensaba. Al relatarle mi viaje, la señora Stevenson no me preguntó ni una sola vez qué provecho material pensaba sacarle. Cuando visité una aldea samoana, el jefe no quiso saber el precio de la ginebra, ni dijo: “¿Cuánto pagarás por el cerdo asado?”, sino: “¡Dólares, dólares, el hombre blanco sólo quiere saber de dólares!”». Slocum termina, satisfecho de sí mismo, dejando claro que «si el Spray no descubrió continentes durante su viaje puede que fuera porque ya no había ninguno que descubrir; no buscó nuevos mundos, ni navegó para desafiar los peligros de los océanos. La mar ha sido muy denigrada, pero es bueno encontrar el camino hacia tierras ya descubiertas, y el Spray halló que incluso la peor mar no es tan terrible para un barco bien equipado. El viaje no costó nada a rey, país o tesoro público alguno, y el Spray llevó a cabo todo lo que se había propuesto».