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WATTERSON, Bill

Las tiras de CALVIN Y HOBBES son equiparables a las de CARLITOS [1] y MAFALDA [2] en su coherencia y en su genialidad. Lectores de muchos periódicos han disfrutado y disfrutan con Calvin, un chico de seis años de ahora mismo, y Hobbes, su tigre de peluche, con el que juega y habla. Watterson hace unos dibujos más nerviosos que SCHULZ [3] y QUINO [4], y es igualmente penetrante y crítico, en lo psicológico y en lo social. Pero, lejos de la mirada compasiva con que ambos dibujan a sus personajes, Watterson realiza una radiografía tan aguda y divertida como cruel y desalentadora, de un niño que representa como nadie la cultura del victimismo y de la queja, en la que vive y de la que se aprovecha todo lo que puede. Calvin es un chico listo que, como Mafalda, sabe realizar preguntas incisivas a sus padres: «¿Qué seguridad tengo de que vuestra educación no me está estropeando?»; o reprochar a su profesora que «¡si no he aprendido nada es porque usted no debe ser una buena maestra!». Pero, a diferencia de Mafalda, el comportamiento de Calvin sigue luego la peor pauta posible: reclama constantemente su libertad… para ver la televisión; invoca sus derechos constitucionales a la felicidad… para ser un ignorante; fastidia conscientemente a sus padres: «¡Si tengo que irme a la cama cuando aún es de día, me levantaré cuando aún sea de noche!»; hace el propósito de huir de cualquier cosa desagradable, y cuando Hobbes le replica, «¿No es una forma muy engañosa de enfocar la vida?», Calvin responde: «No quiero pensar en eso»…

Watterson realiza una crítica demoledora de la nefasta influencia que tienen en el niño tanto el espíritu consumista como los medios de comunicación y el mundo del espectáculo. Esto da lugar a un ser como Calvin, a quien la simple felicidad ya no le basta: «¡Exijo la euforia!». Pero no menos feroz es su ataque a la complicidad del niño (como representante genuino de toda una mentalidad pasiva): «Cuando crezca no pienso leer los periódicos, pasaré de los problemas serios y tampoco iré a votar», dice Calvin a Hobbes en la primera viñeta. «Es mi forma de quejarme de que el Gobierno no me representa», continúa en la segunda. «Después, cuando todo se vaya al cuerno, podré decir que el sistema no funcionaba y justificaré mi falta de participación», añade en la tercera. Y en la cuarta, Hobbes apunta que es «un plan ingeniosamente autojustificante»; «Es más divertido criticar las cosas que arreglarlas», remata Calvin.

La mente del dibujante

En El último libro de Calvin y Hobbes se contienen comentarios del autor sobre la historia de la confección de las tiras, sobre aspectos del modo en que concibió y realizó su trabajo, sobre algunas dificultades técnicas y editoriales que tuvo. Como además se incluyen algunas de las mejores tiras según el propio Watterson, puede ser calificado como el más ilustrativo de todos los álbumes citados. En esa misma dirección es también interesante conocer el álbum Calvin y Hobbes. Páginas dominicales 1985-1995, pues en él figura el catálogo de una exposición que contiene páginas dominicales seleccionadas por el autor y acompañadas de observaciones suyas de distinto tipo.

Menciones en notas: Un trabajo a la medida [5], Más sobre los ángeles [6], Más sumandos de la crisis [7], Violencia espectacularizada [8], Violencia sin marco de referencia moral [9].