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DRAGT, Tonke

Las dos primeras novelas se desarrollan en una Edad Media que, por un lado, es realista y verosímil, pues lo que se muestra se corresponde con lo que sabemos de aquella época, sin tópicos al uso ni encantamientos ni seres imaginarios. Y, por otro, es ingenua y caballeresca como en las aventuras del ciclo artúrico, tal como sugieren tanto los nombres de personajes y lugares como las hazañas que se nos cuentan. La segunda novela, aunque puede leerse con independencia de la primera, se sigue mejor si se conoce la historia previa pues bastantes personajes reaparecen, además de que ambas tienen el mismo fondo argumental de la rivalidad entre dos príncipes hermanos.

El argumento de ambas es coherente y atrapa el interés. Tiene más fuerza la primera, pues descubre personajes y está muy bien armado el argumento clásico del largo viaje para cumplir una misión: algunas preguntas se prolongan toda la novela —¿podrá cumplir Tiuri su encargo?, ¿podrá ser caballero al fin?, ¿qué pone la carta que debe entregar?—, y otras, que se van planteando capítulo a capítulo, tratan con frecuencia de si cada personaje es quien dice ser; además, está desarrollado prestando particular atención a la evolución del mundo interior del protagonista, haciendo partícipe al lector sus dudas y sus descubrimientos en el aprendizaje de cuál es la verdadera caballería. La segunda novela no tiene el atractivo de la novedad pero engancha igual pues sus protagonistas están bien perfilados y la trama es tensa: el lector entra en el mundo pensamientos y el vaivén de sentimientos no sólo de Tiuri sino también de Piak y de Ristridín; se alternan escenarios y personajes y hay momentos de gran tensión, como las partidas de ajedrez entre Tiuri y el Caballero Negro, o el duelo final entre los dos gemelos.

La escritora despliega sus narraciones ordenadamente, de acuerdo con los mapas que figuran en las guardas, y cuenta las cosas con un lenguaje claro y rico, sobrio y sin énfasis ni barroquismos innecesarios. Ejemplos de comportamientos o detalles que otros relatos del género tienden a narrar con lirismo desenfocado, se formulan con sencillez. Así, en un momento de desánimo de su primera aventura, Tiuri «volvió a mirar hacia arriba y de pronto vio una estrella. Sólo era una pequeña estrella, pero daba luz… y esperanza. No hizo que desapareciera su miedo, pero le devolvió el valor»; o, cuando Tiuri va conociendo a Ardanwen, le dice: «Eres una maravilla. Eres como uno de esos caballos que pertenecieron a los grandes caballeros y sobre los que cantan los trovadores, un corcel que todo lo entiende y que es tan inteligente como una persona».

Ambas novelas subrayan poderosamente todos los rasgos propios de unos héroes caballerescos: lealtad, valor, sentido del deber, etc. Además, la segunda pone mucho el acento en la relación de amistad entre Tiuri y Piak. Las máximas sabias o las enseñanzas que a veces se deslizan en la conversación surgen con normalidad, como cuando Tiuri, en la primera historia, dice al ermitaño Menaures que el Caballero fue asesinado a traición, y el ermitaño comenta: «Eso es menos grave para él que para los que le mataron». Incluso los más inesperados personajes pueden dar lecciones acertadas: en la segunda, cuando Piak le dice al ladronzuelo Adelbart, «me caes bien. Y lo que hagas no es asunto mío», la réplica es magnífica: «Si te caigo bien, sí debe importarte».

Aventuras de dos gemelos diferentes, un libro muy hábilmente compuesto, se desarrolla en escenarios también medievales pero tiene acentos distintos a los otros dos libros. Cada capítulo no sólo se abre con una frase de un cuento popular sino que también reúne motivos narrativos conocidos a los que la escritora siempre logra darles un nuevo aire o un giro inesperado. Unas historias son más aventureras y en otras se dan más los vaivenes propios de una comedia de enredo, pues además todas juegan con la confusión que provoca el parecido de los dos hermanos, siempre muy unidos entre sí pero muy distintos en sus inclinaciones.

La edición citada contiene algunas erratas, algunos defectos de traducción y el error contumaz de citar con minúsculas a Dios: los personajes hablan de «la bendición de dios» y dicen «que dios os bendiga», y el narrador menciona de alguien que «le dio las gracias a dios». Da vergüenza tener que decir que usamos las mayúsculas para nombrar a Dios por la misma razón que las usamos para referirnos a Siruela o a Tonke Dragt. Si, además, en la edición original Dios aparece citado con mayúsculas, como es de suponer, y como corresponde a una historia medieval, tomar esa opción es una falta de respeto hacia el libro y hacia la escritora.

Un escudo blanco frente a un escudo rojo

Se nota mucho la condición de pintora y dibujante de Tonke Dragt en el colorismo y en la claridad de sus descripciones, tan sencillas como ricas e intensas.

En la primera novela, en un momento del viaje de Tiuri con otros compañeros, el narrador nos indica que «delante de ellos se extendía un país al rojo vivo, con campos labrados y pequeñas casas blancas y grupos de árboles por aquí y por allá; por detrás, montañas azules vagas y lejanas. El bosque continuaba hacia el sur, pero un poco antes Tiuri vio una pequeña iglesia y otro edificio, ambos de madera y piedra marrón. Un sendero tortuoso llevaba hasta allí». Y, páginas más adelante, se señala que «el río Azul era en aquel momento realmente azul, brillante azul celeste, y junto a él, el Primer Gran Camino iba como una destelleante cinta rojiza hacia las montañas. Veía aquellas montañas con gran claridad, gris, azul y lila, con las cimas nevadas que contrastaban mucho sobre el cielo despejado».

En la segunda novela, cuando Tiuri y Piak cabalgan al Bosque Salvaje acompañando a la hija del caballero Fitil del castillo de Islán, se dice que «la noble Isadoro montaba un caballo tordo. Llevaba un manto blanco forrado en color rojo vivo y un pequeño gorro de terciopelo verde sobre su larga melena». O, mejor aún, los momentos previos al combate final, cuando llegan los combatientes al duelo, se describen así: «Un murmullo recorrió la multitud y después se apagó ¡Por allí llegaban los hijos del rey! Aún no se habían puesto el casco; el sol brillaba sobre su pelo. Ambos iban a caballo. Irídian llevaba una armadura gris clara y su escudo blanco. El monarca de Eviellan iba como siempre de negro, con un escudo rojo. Al príncipe Irídian le seguía el señor Ardian del río Arco Iris y su escudero era Tirillo el Bufón. Al monarca le seguía el caballero Kraton de Índigo, que tenía un caballero Rojo como escudero».

Otros libros: El enigma del séptimo paso [1], El secreto del relojero [2], La ventana maldita y otras historias de una época mágica [3].