Si alguien piensa que a finales del siglo XIX y principios del XX sólo había relatos de niños desgraciados a los que un vuelco de fortuna, junto con su buen carácter, les cambiaba la vida, le interesará leer Pelo de Zanahoria [1], de Jules Renard [2]. Entre otras cosas, porque siempre viene bien librarse de los estereotipos.