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Havel. Una vida (y 3)

Una de las conclusiones que he sacado de la lectura de Havel. Una vida [1], es que debo leer a Jan Patocka [2], de quien conocía textos pero del que no he leído ningún libro.

Hay varios capítulos que se abren con citas de Patočka. Por ejemplo, esta: «Ninguna sociedad, por muy tecnológicamente avanzada que sea, puede funcionar sin una base moral, sin una convicción, que no es cuestión de oportunidad, ni de circunstancias ni de beneficios anticipados. No obstante, la moral no está ahí para que la sociedad funcione, sino simplemente porque hace humano al ser humano».

O esta otra: «Para que la humanidad se desarrolle en armonía con las posibilidades de la razón técnica e instrumental, para que sea posible el progreso del conocimiento y de las capacidades, la humanidad tiene que estar convencida de la naturaleza incondicional de los principios, que son, por así decirlo, “sagrados”. (…) La salvación en estas cuestiones no vendrá del Estado».

En consonancia con Patočka, Havel «llegó a la conclusión de que su brújula moral era innata, independiente de la opinión de los demás e independiente de las consecuencias prácticas; es más, se dio cuenta de que tenía que ver con su propia identidad interior, con ser fiel a sí mismo, con vivir en la verdad». Su reflexión le llevó, dice su biógrafo, a un descubrimiento crucial: «La extraña autonomía de un acto moral, su independencia del ojo del que mira —es más, el hecho de que ni siquiera precisara de un observador, así como el hecho de que se resistiera a todos sus intentos de racionalizarlo o explicarlo lógicamente—, implicaba que en realidad había alguien o algo más allá de nuestro horizonte cotidiano que observaba y tomaba nota de nuestros actos. De alguna manera, en aquella época [finales de los años setenta], en el fuero interno de este hombre de una mentalidad sumamente escéptica y de un agudo sentido de lo absurdo, prendió una chispa de espiritualidad, una noción de trascendencia»

En relación a las creencias profundas de Havel su biógrafo hace algunas glosas imprecisas. Por ejemplo, al hablar de que Havel era un hombre de fe pero no un hombre religioso —afirmación que, para ser comprensible, requeriría definir bien primero fe y religión—, señala que «para Havel, el sentido existencial de la responsabilidad personal como prerrequisito de la libertad y de la vida en la verdad concede demasiado libre albedrío para ser compatible con el concepto de un dios todopoderoso», aunque sí con la de un dios omnisciente. En lo que yo sé, Dios, tal como lo comprende la tradición cristiana, es precisamente quien concede a los hombres la libertad y quien, por eso mismo, les pide responsabilidad.

Sea como sea, el biógrafo afirma que, «a diferencia de muchas personas que pasan por la vida sin hacerse preguntas, Havel era capaz de ver el misterio de la existencia en cada acto humano, en cada impulso humano y en cada dilema humano»; afirma que el «orden del ser», donde «quedan indeleblemente registrados todos nuestros actos, y el lugar, el único lugar, donde serán debidamente juzgados», es un concepto que impregna sus escritos; señala que, para él, «la esperanza no es la convicción de que algo saldrá bien, sino la certeza de que algo tiene significado independientemente de cómo salga». Y, al final de su vida, Havel decía esto también: «me esfuerzo en estar preparado para el juicio final. Un juicio en el que no quedará nada oculto, que valorará debidamente todo lo que hay que valorar y dará cuenta de todo lo que está fuera de lugar de manera improcedente».

Michael Žantovský. Havel. Una vida (Havel. A Life, 2014). Madrid: Galaxia Gutenberg, 2016; 798 pp.; col. Biografías y memorias; trad. de Alejandro Pradera Sánchez; ISBN: 978-8416734221. [Vista del libro en amazon.es [3]]