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El amor a la sabiduría

He releído El amor a la sabiduría, del filósofo tomista Etienne Gilson [1], en una edición antigua, más completa que otra, reeditada hace poco, que sólo contiene los dos primeros de los cuatro textos originales. La primera conferencia, pronunciada en Harvard en 1927, se titula «Ética de los Estudios Superiores»; la segunda, en Marquette, en 1947, «Historia de la Filosofía y educación filosófica»; la tercera, en Marquette también, en 1951, «Sabiduría y amor en Santo Tomás de Aquino»; y el cuarto texto, que no es de una conferencia sino un capítulo del libro Cristianismo y Filosofía, fue publicado en París en 1949. Selecciono a continuación unos textos.

En la primera conferencia dice Gilson a sus oyentes que «es verdad que existió una vez la superstición de que todo lo viejo era verdad; pero ahora sufrimos la contraria y no menos peligrosa superstición de que todo lo viejo es falso y todo lo nuevo es verdad. De hecho, el tiempo no tiene nada que ver con la verdad. Una verdad nueva puede y debe reemplazar viejos errores, pero no puede reemplazar viejas verdades. (…) La verdad os hará libres. La sumisión a la verdad os hará grandes».

En la segunda les recuerda que, cuando no logramos encontrar un maestro en el presente debemos mirar al pasado: «así lo hizo una vez el Altissimo poeta, Dante, cuando —encontrándose sin nadie que pudiera enseñarle a ser poeta— retrocedió más de mil años y encontró a Virgilio». Gilson se refiere, naturalmente, a su maestro Tomás de Aquino, pero en general vale la pena recordar, como él hace, que, en el mundo del pensamiento, no hay muertos o, si se quiere, que todos los muertos están vivos y algunos mucho más vivos que otros.

En la tercera, una invitación a seguir el método de santo Tomás en filosofía, advierte que, «desde la época de Platón siempre ha habido ruidosas muchedumbres para aclamar el gran espectáculo presentado por los sofistas en la plaza pública», y, frente a esa realidad, subraya que «Tomás es el más grande entre los pocos filósofos a quienes ha sido dado a la vez ser originales y estar en lo correcto», y que «si nosotros no podemos ser originales, que al menos estemos en lo correcto».

Para ilustrar el método y el talante de santo Tomás recuerda que una vez le dijo a él A. N. Whitehead que, «para un filósofo, la primera cualidad es tener buen carácter», y, a continuación, lo explica: «La mente de un filósofo debe estar en paz. No tener carácter en filosofía quiere decir no enfadarse nunca con una idea. Hacerlo es, primero que nada, una perfecta tontería; pero, sobre todo, el único interés del filósofo es comprender. (…) Un filósofo de buen carácter nunca ataca a un hombre para desembarazarse de una idea; no critica lo que no está seguro de haber entendido correctamente; no rechaza superficialmente las objeciones como no merecedoras de discusión; no toma los argumentos en un sentido menos razonable de lo que se desprende de sus términos. Por el contrario, puesto que su interés es la verdad y nada más, su único cuidado será hacer entera justicia incluso a aquel poco de verdad que hay en cada error».

En el último texto se centra en la seriedad, o profesionalidad, que debe tener su actividad filósofica como cristiano, es decir, como alguien que dirige su inteligencia no sólo hacia las cosas visibles y pasajeras sino, sobre todo, a las cosas invisibles y eternas. Termina diciendo que «no depende de nosotros que [la palabra de Jesucristo y la Iglesia] sea creída, pero podemos hacer mucho para que se la respete, y si ocurre que aquellos de entre nosotros que no se sonrojan del Evangelio fracasan en hacerse seguir, aquellos que se sonrojan pueden estar seguros de que ni siquiera se harán respetar».

Etienne Gilson. El amor a la sabiduría. Caracas: Ayse, 1974; 99 pp.; col. Senderos; agotada. Nueva edición, titulada igual, en Madrid: Rialp, 2015; 72 pp.; col. Doce Uvas; trad. de Rafael Tomás Caldera; ISBN: 978-8432145131. [
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