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El hombre en busca de sentido (1)

Después de Sincronización en Birkenwald [1] decidí volver a leer y poner aquí una reseña más extensa que la referencia que hice tiempo atrás [2] a El hombre en busca de sentido, de Viktor Frankl, un libro extraordinario con dos partes: la primera es una narración de la estancia del autor en varios campos de internamiento nazis y la segunda es un apéndice titulado «Conceptos básicos de Logoterapia». La edición que cito va precedido de un buen prefacio, que resume la vida personal y profesional de Frankl, da los datos que faltan para completar brevemente su relato de la estancia en los campos, habla de sus publicaciones y de su relevancia profesional crecientes en las décadas centrales del siglo XX, y detalla la curiosa historia del libro, que pasó de un fracaso sin paliativos cuando se publicó a ser después un éxito arrollador.

Las intenciones de la primera parte, subtitulada «un psicólogo en un campo de concentración», son «ofrecer una descripción psicológica y una explicación psicopatológica de las características típicas de la psicología en un campo de concentración». Está dividida en tres secciones, tituladas «Internamiento en el campo», «La vida en el campo» y «Después de la liberación». El autor cuenta los sucesos que vivió, cronológicamente pero centrando su atención en las distintas reacciones de los internos. Para eso va poniendo titulillos a los apartados como, por ejemplo, Apatía, Los sueños, Hambre, Sexualidad, Política y religión, El humor en el campo, Suerte es lo que a uno no le toca padecer, Planes de fuga, etc.

El autor dirige sus comentarios a ilustrar lo que se indica en el título, la busca de sentido. Hace pensar en cómo, al final, lo que importa es ser conscientes de los motivos para luchar y para sobrellevar las condiciones de vida, por penosas que sean. Se apoya, para eso, en «las palabras de Nietzsche “el que tiene un porqué para vivir, puede soportar casi cualquier cómo”», de las que dice que «podrían convertirse en el lema que orientara y alentase los esfuerzos psicohigiénicos y psicoterapéuticos con los prisioneros».

Los esfuerzos terapéuticos de Frankl en el mismo campo, nos dice, se apoyaban en hacer notar a sus compañeros que «la unicidad y singularidad que diferencian a cada individuo, y confieren un sentido a su existencia, se fundamenta en su trabajo creador y en su capacidad de amar». Por eso, quien sea «consciente de su responsabilidad ante otro ser humano que lo aguarda con todo su corazón, o ante una obra inconclusa, jamás podrá tirar su vida por la borda. Conoce el porqué de su existencia y será capaz de soportar casi cualquier cómo».

Insiste en cómo el hombre no está determinado por su entorno, pues «las experiencias de la vida en un campo demuestran que el hombre mantiene su capacidad de elección»; que la última de las libertades humanas es la elección de la actitud personal que un hombre adopta frente al destino. Esa línea de pensamiento la formula, de modo contundente, cuando al terminar afirma que «la historia nos brindó la oportunidad de conocer al hombre quizá mejor que ninguna otra generación. ¿Quién es, en realidad, el hombre? Es el ser que siempre decide lo que es. Es el ser que inventó las cámaras de gas, pero también es el ser que entró en ellas con paso firme y musitando una oración».

Entre las cosas que señala según va contando su historia, el autor apunta que hizo un gran descubrimiento en una ocasión en la que se descubrió pensando en su esposa, en un estado que llama de «embriaguez nostálgica». Dice así: tuve «un pensamiento que me petrificó, pues por primera vez comprendí la sólida verdad dispersa en las canciones de tantos poetas o proclamada en la brillante sabiduría de los pensadores y de los filósofos: el amor es la meta última y más alta a la que puede aspirar el hombre. Entonces percibí en toda su hondura el significado del mayor secreto que la poesía, el pensamiento y las creencias humanas intentan comunicarnos: la salvación del hombre solo es posible en el amor y a través del amor. Intuí cómo un hombre, despojado de todo, puede saborear la felicidad —aunque sólo sea un suspiro de felicidad— si contempla el rostro de su ser querido». E indica que así también entendió el sentido y el significado de las palabras bíblicas que dicen que «los ángeles se abandonan en la contemplación eterna de la gloria infinita».

Viktor Frankl. El hombre en busca de sentido (Der Mensch vor dem Frage nach dem sinn, 1945). Barcelona: Herder, 2013, 11ª ed. de la edición de 2004, revisada; 160 pp.; col. Psicología; trad. de Christine Kopplhuber y Gabriel Insausti; edición y prólogo de José Benigno Freire; ISBN: 978-84-254-2331-4. [Vista del libro en amazon.es [3]]