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Un rugido inconfundible

Hay un modo de leer ansioso, propio de los años jóvenes, que describe bien Stanislaw Lem en sus memorias: «Fui Mowgli, por supuesto, y el indio Winnetou, y el Capitán Nemo. Los extraños pasajes se han fijado en mi mente sin motivo aparente. Tras la guerra me hice con un ejemplar de El viaje sin dinero de Uminski, y busqué página tras página hasta dar con la frase más hermosa: “La bala surcó los cielos con su rugido inconfundible”. Se refería a la caza de cocodrilos o rinocerontes (…). ¿Y El valle sin salida? Cosas horribles exudaban en mí cuando lo leí de pequeño. Y qué decir de La llamada de lo salvaje. Su lectura no permitía repantingarse tranquilamente en la cornisa de la ventana o balancear una silla con el pie o estirarme sobre la mesa apoyando los codos sin llegar a inquietarme. Necesitaba la presencia de un adulto para sentirme completamente seguro, e incluso así a veces era horrible. No me gustaba Dickens [1]; era como un otoño lluvioso y sin esperanza. Sin embargo me zambullía en Dumas [2], y me perdía. Arranqué con inocencia en Los tres mosqueteros [3], y poco después me parecería que no había tiempo suficiente en la vida para leer esos libros».

Stanislaw Lem. El castillo alto.