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El Weir de Hermiston (1896)

El Weir de Hermiston es una novela sin terminar que algunos consideran la mejor obra de Stevenson [1], un comentario excesivo pero basado en la madurez como escritor que tenía Stevenson entonces; en que su argumento estaba completamente centrado en los ambientes que más conocía y a los que pertenecían sus mejores novelas; en que prometía tratar el tema de las relaciones entre un padre rígido y recto con un hijo romántico y bondadoso que tanto le interesaba; y en el que deseaba también abordar una relación amorosa como había hecho ya, y con acierto, en Catriona [2].

Se ambienta en Edimburgo en la época de las guerras napoleónicas. El protagonista es Archie Weir, un joven de clase alta que no se lleva nada bien con su padre, un admirado y extraordinariamente inflexible juez. A la vista de las desavenencias con él, y de acuerdo con su familia, Archie deja Edimburgo y vuelve a las propiedades familiares en Hermiston para ser su administrador. Su vida estará marcada entonces por la adoración que sentirá por él su ama de llaves, una mujer llamada Christina, o Kirstie, y por su enamoramiento de una chica de la vecindad, también llamada Christina.

Relato con el que, se afirma, Stevenson captó matices del temperamento escocés que no había intentado plasmar por escrito antes. Así, dice que lo que caracteriza al escocés de cualquier tipo es «algo impensable para un inglés: su actitud hacia el pasado, que recuerda y aprecia la memoria de sus antecesores, malos o buenos, y arde en él, vivo, un sentido de identidad con los muertos que llega, a veces, hasta la vigésima generación». O señala cómo «el que va a pescar entre campesinos escoceses con aire de condescendencia, por la tarde se tragará el anzuelo de una cesta sin peces».

Habla el narrador también de distintos aspectos de la justicia. Por ejemplo, a la luz de la educación tan exigente que recibió señala: «No cabía duda de que era fácil burlarse de un niño así con tópicos, pero, ¿cuánto dura el efecto de hacer eso? El instinto detecta el sofisma en el pecho infantil y una voz interior lo condena. Se someterá al instante, pero mantendrá su opinión cuando esté a solas». O, al considerar los pensamientos turbios de un rival de Archie, anuncia: «Pobre corcho bajando en un torrente, saboreó aquella noche las delicias de la omnipotencia y calculó, como un dios, los hilos de la intriga que había de acabar con él antes de irse el verano».

De todos modos, en esta novela destaca la maestría que Stevenson había logrado ya en su descripción de las mujeres, tanto en las mujeres del pueblo que son «capaces de mover el mundo e irradiar influencia desde sus puertas bajas de dintel», como en la de su heroína que, en lo que pudo escribir de su novela, no fue mucho. Sin embargo, las páginas donde se narra el comienzo del enamoramiento entre Archi y ella, el primer día que se ven, en la iglesia, un domingo de primavera, son realmente magistrales. Señala cómo Christina, de un modo que cabría llamar a la vez inconsciente y voluntario, provoca varios cruces de miradas —«ése era el juego de la vida para la mujer y ella lo jugaba con sinceridad»— que termina cuando, al final, «dos miradas furtivas se colaron como antenas entre los bancos y entre sus ocupantes indiferentes o absortos, y se acercaron tímidamente a la línea recta entre Archie y Christina. Se encontraron, permanecieron juntas por la más mínima fracción de tiempo, y eso fue suficiente. Una carga eléctrica atravesó a Christina y, ¡qué cosas!, rasgó una hoja de su libro de salmos».

Robert Louis Stevenson. El Weir de Hermiston (Weir of Hermiston, 1896). Madrid: Alianza, 1995; 159 pp.; col. El Libro de Bolsillo; prólogo y trad. de Medardo Fraile; ISBN: 84-206-0717-7. [Vista del libro en amazon.es [3]]