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Una historia de amor y oscuridad

Fue una buena experiencia lectora del verano pasado la de abordar, después de las memorias familiares de Talese [1], las de Amos Oz [2] tituladas Una historia de amor y oscuridad, tan diferentes. Ambas se parecen en que Talese y Oz reconstruyen bien la historia de sus abuelos, padres y tíos, en sus lugares de origen y en su nueva tierra. Sin embargo, Talese, con su talante de periodista, construye una gran narración que se ciñe bien a los datos que conoce y no se dispersa, mientras que Amos Oz, con sus estructuras mentales de poeta y escritor, no sólo aporta los datos que tiene sobre sus padres y familiares, sino que, a veces, se detiene a considerar posibilidades no cumplidas o se alarga con descripciones de todo tipo de cosas.

Por otro lado, la narración de Oz es mucho más extensa y tiene varios hilos más: uno, que habla mucho de sí mismo cuando era niño, de su afición a la lectura, y de cómo fue naciendo su vocación literaria; otro, acerca de su maduración personal y sus relaciones con sus padres y familiares; otro más, el del ambiente tan excepcional del Israel previo y posterior a la guerra de 1948, para mí el aspecto más interesante de toda su historia. Además, el relato se amplía e ilumina con sucesos muy posteriores a su infancia que, de un modo u otro, enlazan con algo de aquella época. Hay que añadir también que comprender bien la obra de Oz requiere conocer un poco la historia del pueblo judío, del movimiento sionista y sus principales representantes, de la historia de los comienzos del Estado de Israel y de quienes fueron sus primeros gobernantes.

Para muchos será un libro excesivo: demasiadas cosas, todas mezcladas, con multitud de referencias literarias e históricas. El autor lo sabe pues confiesa, en su narración, que «debería ceder un poco y suprimir algunos acontecimientos (…): son incidentes bastante aburridos, y además no aportan nada al desarrollo de la historia. ¿Aportan? ¿Desarrollo? Pero si aún no sé lo que puede aportar algo al desarrollo de la historia, porque aún no tengo ni la más remota idea de adónde quiere ir esta historia, ¿y por qué necesito aportaciones? ¿O desarrollo?». Por otro lado, el autor termina contando cosas dolorosas de su vida familiar y de sus padres que, según afirma, nunca había dicho antes: el libro tiene algo, por tanto, de confesión y de intento de ver las cosas con más perspectiva.

Uno de los aspectos que me han interesado más son los que conectan con el mundo que Oz retrata en sus novelas infantiles Una pantera en el sótano [3] y La bicicleta de Sumji [4]. Por ejemplo, señala que «era un niño obsesionado por la historia. Se me ocurrió corregir los errores de los jefes militares del pasado: renové, por ejemplo, la gran rebelión judía contra los romanos, salvé Jerusalén de la destrucción a manos de las tropas de Tito, trasladé el frente de batalla al campo enemigo, llevé a las hordas de Bar Kokba hasta las murallas de Roma, conquisté al asalto el Coliseo y puse una bandera hebrea en la colina del Capitolio. Para ello hube de trasladar la brigada judía del ejército británico a la época del Segundo Templo, y disfruté del daño que dos ametralladoras podían infligir a las magníficas legiones de Adriano y de Tito; sus nombres sean borrados. Un avión ligero, un único Piper, puso al arrogante Imperio romano de rodillas. La desesperada batalla de los defensores de Masada la convertí en una total victoria judía con ayuda de un mortero y algunas granadas de mano. Y, de hecho, ese extraño impulso que tenía de pequeño, el deseo de darle una segunda oportunidad a lo que no tenía ni tendría nunca una segunda oportunidad, es uno de los motores que mueven aún hoy mi mano, cada vez que me pongo a escribir una historia».

Amos Oz. Una historia de amor y oscuridad (2002). Madrid: Siruela, 2010, 7ª impr.; 644 pp.; col. Nuevos Tiempos; trad. de Raquel García Lozano; ISBN: 978-84-7844-792-3. [Vista del libro en amazon.es [5]]