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El perdedor victorioso

Virgilio convirtió la Eneida «en una leyenda de la dignidad casi divina que pertenece a los vencidos. Esta fue una de las tradiciones que verdaderamente prepararon al mundo a la venida del cristianismo y especialmente a la caballerosidad cristiana. (…) A lo largo de toda la época medieval y moderna encontramos las virtudes del conflicto homérico cooperando de muchas formas distintas con el sentimiento cristiano. (…) Todo tipo de gente consideraba como el más alto grado de nobleza poder justificar su descendencia del mismísimo Héctor. Nadie parece haber deseado descender de Aquiles. (…) El nombre de Héctor provoca un curioso hecho lingüístico que raya casi en la broma. El nombre se utiliza para vanagloria de los soldados vencedores. Ciertamente, nadie en la antigüedad fue menos dado que Héctor a vanagloriarse, pero la jactancia del conquistador tomó su título del conquistado».

G. K. Chesterton [1]. El hombre eterno [2] (The Everlasting Man, 1925). Madrid: Cristiandad, 2004; 348 pp.; trad. de Mario Ruiz Fernández; ISBN 10: 84-7057-488-4.