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Los tres mosqueteros y Veinte años después, Richelieu y Mazarino

En mis recuerdos como lector de doce y trece años durante los meses de verano ocupan un lugar destacadísimo, además de El conde de Montecristo [1], Los tres mosqueteros [2] y Veinte años después [3]. Son de las pocas lecturas de aquellos años que, pasado el tiempo, no sólo me han vuelto a gustar sino que me han parecido mejores. No así la tercera novela de los mismos protagonistas, El vizconde de Bragelonne, donde las obsesiones conspirativas de Dumas [4] alcanzan cotas enfermizas. Pero, como suele decirse que los franceses no conocen bien su propia historia porque han leído demasiado a Dumas (en fin, habría que discutir si eso es o no peor que desconocer la propia historia por no haber leído nada), una vez las leí al mismo tiempo que unas biografías de Richelieu y de Mazarino firmadas por Auguste Bailly, las que tenía a mano entonces.

Richelieu, a quien Dumas describe como un político malévolo y un cardenal indigno, es una figura clave de su tiempo: para engrandecer Francia fue capaz de todas las alianzas y de todas las intrigas, su frágil salud no le impidió un trabajo desbordante y ejercer «la dictadura más completa que jamás hubo ejercido un ministro»; y él fue quien puso las bases de la fuerte monarquía francesa de esos siglos y del Estado centralizado que hoy conocemos y que Napoleón llevó a su cenit. Su sucesor, el cardenal (pero no clérigo) Julio Mazarino (1602-1661), despreciado e ignorado por la corte, mantendría el diseño imperial de Richelieu en tiempos huracanados y prepararía el terreno a Luis XIV, el Rey Sol.

Si en Los tres mosqueteros Dumas manifiesta por Richelieu el respeto y admiración que siempre merece un adversario inteligente, no hace lo mismo con el italiano Mazarino en Veinte años después: pero es que, dice Bailly, «muy pocos pudieron perdonar a Mazarino haber venido de Italia para gobernar a Francia, haber detentado durante sus últimos años un poder superior al de su predecesor, haber sido amado por una reina, haber amasado unas riquezas ante las cuales la imaginación permanece confusa, haber triunfado de todo y de todos por la intriga, el disimulo y el desprecio. (…) Pero gracias a él, en adelante Francia estaba hecha».

Auguste Bailly. Richelieu (1934). Madrid: Espasa, 1969; 224 pp.; col. Austral; trad. de María Luisa Pérez Torres. 84-239-1433-X.
Auguste Bailly. Mazarino (1935). Madrid: Espasa, 1969; 215 pp.; col. Austral; trad. de Felipe Ximénez de Sandoval; ISBN: 84-239-1444-5.