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El Rey Mago y su elefante

Un extraordinario libro de memorias de infancia: El Rey Mago y su elefante [1], de Aquilino Duque [2]. Con una prosa magnífica, el autor habla de sus años de niñez en Sevilla y Zufre durante los años treinta, y de cómo «los sucesos que se precipitaron entre febrero y julio del 36 me adelantaron el uso de razón; me desgarraron aquella veladura traslúcida que me envolvía por igual lo soñado y lo vivido, me disolvía el tiempo, me fundía el espacio. La realidad, que hasta entonces había sido simultánea, pasaba a ser sucesiva, y ya no eran fogonazos y escenas aisladas en un presente que era a la vez pasado y futuro, sino una secuencia, una sintaxis, un orden de cosas con su principio y su fin». De todos modos, traigo aquí hoy esta historia para reproducir este párrafo: «Mi madre me llamó un tiempo Melchor; mi tía Manuela me decía que era un rey mago; la fiesta de Reyes, ya dije, es la fiesta que nadie me puede quitar y en la que siempre me quise identificar con los que trajeron el oro, el incienso y la mirra. Pero esos reyes venían de Oriente, y uno traía un caballo, y otro un camello, y otro un elefante, y por eso, pensándolo mejor, más que con tal o cual rey, por mago que sea, prefiero ahora identificarme con su cabalgadura, pero no con cualquiera, sino con el elefante precisamente. Y es que en punto a memoria, los elefantes tienen mucha, los reyes bastante menos. La sabiduría de aquel mago de Oriente estuvo en traer un elefante para que recordara por él. Aquel rey mago trajo su memoria por cabalgadura. La memoria es el elefante del rey».