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La gran añoranza cultural

Escrito en los años ochenta, un texto de Adam Zagajewski [1] que me ha parecido interesante, aunque por momentos también confuso, es el titulado «Una muralla alta». En él comenta un ensayo de Milan Kundera sobre la idea que tenían de Europa quienes vivían en la Europa sovietizada. Señala que «el relativismo, esa herrumbre que ataca la verdad allí donde no le amenaza un solo peligro mortal, desaparece por completo en los países totalitarios. Aquí, la verdad, un bien inasequible, se muestra en todo el esplendor de su frescura y de su pureza como el día de la creación del mundo, y tanto es así que no le cuesta nada componer poesías y cánticos en su honor». E indica que «la Rusia soviética implantó en nuestra zona de Europa cosas de lo más diferentes. Creó confidentes, traidores, mentirosos, censores y gandules que no dan palo al agua, pero de paso, sin comerlo ni beberlo, creó algo magnífico entre gente más fuerte y noble por la gracia de Dios, ya que despertó una gran sed de verdad, de libertad, de dignidad, de libros, de cuadros y de Europa. Así existe Europa en la Europa Central: en la imaginación, en la esperanza, en la ilusión. En la sed. Por eso, cuando conseguimos obtener el pasaporte y poner los pies en Occidente, protestamos contra la existencia de los que ofenden nuestra visión de Europa. (…) La gran añoranza cultural, tan presente en nuestra parte de Europa, es uno de los efectos paradójicos de la sovietización».

Adam Zagajewski. Solidaridad y soledad (Solidarność i samotność, 1990). Barcelona: Acantilado, 2010; 188 pp.; trad. de A. Rubió y J. Slawomirski; ISBN: 978-84-92649-72-3.