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El pensamiento atrevido en nuestros días

Chesterton: [1] «Entre los hombres normales no hay, realmente, muchas opiniones diferentes cuando se trata de los primeros principios de la decencia en la expresión. Todos los hombres sanos, antiguos y modernos, occidentales y orientales, sostienen que en el sexo hay una furia que no podemos correr el riesgo de inflamar; y que, si el instinto debe continuar moderado y sano, debemos asignarle cierto misterio. Pero existen personas que sostienen que pueden hablar de este tema tan fría y abiertamente como de cualquier otro; son aquellos que sostienen que caminarían desnudos por la calle. Pero estas personas no sólo están locas; son, en el más enfático sentido del mundo, absolutamente estúpidas. No piensan; sólo señalan (como los niños) y dicen ¿por qué? Hasta los niños lo hacen sólo cuando están cansados; pero precisamente esta clase de cansancio es lo que en nuestra época pasa no sólo por ser pensamiento, sino por ser pensamiento atrevido e inquieto.

La pregunta ¿por qué no podemos discutir los problemas del sexo fría y racionalmente en cualquier parte? es ociosa y nada inteligente. Es como preguntar: ¿Por qué no camina un hombre con las manos, igual que lo hace con los pies? Es una tontería. Si un hombre caminara sistemáticamente con las manos, éstas serían pies. Y si el amor y la lujuria fuesen cosas de las que pudiéramos hablar todos, sin emoción posible, no serían ni amor ni lujuria, sino otra cosa: una función mecánica o algún deber natural y abstracto que puede existir o no, entre los animales o los ángeles, pero que no tiene nada que ver con la sexualidad de que estamos hablando. Todas las ideas de asir o de gesticular, que nos da el significado de la palabra «mano», dependen del hecho de que las manos son extremidades libres usadas, no para caminar, sino para agitar. Y todo lo que queremos decir cuando hablamos de «sexo» está involucrado en el hecho de que no es una cosa inocente o inconsciente, sino un estímulo emotivo, especial y violento, espiritual y físico al mismo tiempo. Un hombre que nos pide que no sintamos emoción ante el sexo nos pide que no sintamos emoción ante la emoción. Ha olvidado el asunto del que está hablando. Ha perdido el tema de conversación. De él puede decirse, en el estricto sentido de las palabras, que no sabe de qué está hablando». («Lamentos rabelesianos», El hombre común y otros ensayos sobre la modernidad [2])