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Burla e idolatría de lo mismo

Chesterton [1] habló algunas veces acerca de la obsesión creciente por el sexo en la sociedad. Ya indiqué cómo, tiempo antes de Un mundo feliz [2], en algunos de sus artículos hablaba del sexo como el más evidente de los sobornos que se puede ofrecer para esclavizar a alguien (Fancies versus Fads [3]). En plan menos serio señalaba que el sexo y la respiración son las dos cosas que generalmente funcionan mejor cuando menos te preocupas por ellas, y que tal vez por eso no era casual que en su época se hubieran puesto a la vez de moda el feminismo y los ejercicios gimnásticos respiratorios («The Suffragist», A Miscellany of Men [4]).

Pero al respecto tal vez la paradoja más sugerente que señaló fuera esta: «Puede decirse que nuestros tiempos, aunque se burlen de las inocencias sexuales, se inclinan a la generosa idolatría de la inocencia sexual, representada en la adoración de los niños. Pues todo el ame a los niños convendrá en que, si hay algo que turbe su peculiar belleza, ello está en los asomos de la sexualidad» (Ortodoxia [5]). Y vuelve a la misma idea en La esfera y la Cruz [6], cuando uno de sus personajes afirma, satisfecho, que hoy en día tenemos un aprecio nuevo e imaginativo de los niños y su contrincante asiente: «tiene usted razón completamente: hay un culto moderno por los niños. ¿Y qué es (…) el culto moderno a los niños? ¿Qué es, en nombre de todos los ángeles y diablos, sino el culto a la virginidad? ¿Rendiría nadie culto a ser alguno solamente por el hecho de ser pequeño o de estar en ciernes?». Con lo que muchos han llegado a estar en una curiosa y paradójica situación: la de quienes huyen de un ideal pero «el mismo punto que habían señalado como meta de la huida resulta ser el mismo ideal de que huyen».