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El desván de Tesla

El desván de Tesla, una novela firmada por Neal Shusterman y Eric Elfman al alimón, es entretenida y está bien armada. Aunque, sin duda, el lenguaje podría ser mejor, los personajes parecen estar pensados para una película o una serie televisiva y, sobre todo, algunos gastadísimos clichés sobran.

Nick, 14 años, comienza su relato explicando su llegada a Colorado Springs, desde Florida, junto con su padre y su hermano pequeño Danny. El origen del traslado está en que su madre falleció en un incendio y el motivo es que allí tienen una casa vieja que fue de su abuela. Pero, al instalarse y limpiar la casa, lo primero que ocurre es que una tostadora que había en el desván le golpea la cabeza. Luego, cuando deciden montar un mercadillo con todos los objetos antiguos que había en el desván, descubren con sorpresa que muchos vecinos se acercan a comprar las cosas con tanto entusiasmo que incluso les pagan más de los precios que habían fijado. A todo esto, Nick conoce a quienes serán compañeros de clase y amigos: una chica con ínfulas de artista moderna llamada Caitlin, un chico muy hablador llamado Mitch, y un tipo bastante friki llamado Vince. Pronto descubren que los objetos del desván tienen extrañas capacidades y que todos ellos fueron inventos de Nikola Tesla [1]

Hasta este punto del relato, todo es singular, pues los inventos son chispeantes y provocan situaciones muy cómicas, hay escenas escolares realmente divertidas (aunque no faltarán algunas de comedieta adolescente tonta), no faltan buenos momentos que cabría llamar de sátira social —la anciana de la casa de al lado de Nick llevaba un jersey de punto que decía YO QUIERO A MI PERRITO, y su perrito llevaba otro jersey a juego que decía YO QUIERO A MI DUEÑA—, y hay también toques narrativos dignos de Terry Pratchett [2] o Douglas Adams [3] —«el cielo se desfogó con aquella clase de rabia psicótica que invita a ciertos individuos a construirse un arca»—. El narrador también juzga la conducta de algunos y nos hace ver qué comportamientos considera correctos: de un compañero de los héroes dice que «no era tonto, solo deplorablemente mediocre, lo cual podría no estar tan mal si él no estuviera siempre tan orgulloso de sí mismo».

Todo se estropea bastante cuando, a mitad de la historia, entra en juego la típica sociedad secreta: los Accelerati, una organización formada por seguidores de Edison y antagonistas de Tesla. Según un personaje, «Tesla tenía lo que le faltaba a Edison: ese nivel más elevado del genio trascendental. Era el científico que podría haber convertido en realidad todos los sueños de Edison. Los Accelerati siempre intentaron echar las manos a sus inventos secretos, pero nunca lo lograron». Bien, además, las dimensiones de lo que sucede también cambian: a partir de un partido de béisbol en el que participa Danny con un guante mágico de Tesla, empiezan las amenazas cósmicas. Lógicamente, como todo debe continuar en las entregas posteriores de la serie, el lector ya sabe que la humanidad logrará salvarse en el último momento —y pensará que si todo empezó con un guante de béisbol cómo unos héroes tan listos pueden tardar tanto en darse cuenta de que todo se ha de arreglar gracias a un bate—.

Neal Shusterman y Eric Elfman. El desván de Tesla (Tesla’s Attic, 2014). Madrid: Anaya, 2015; 296 pp.; col. Literatura Juvenil; trad. de Adolfo Muñoz; ISBN: 978-8467861631. [Vista del libro en amazon.es [4]]