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A Miscellany of Men (1912)

A Miscellany of Men contiene treinta y siete artículos que Chesterton [1] publicó en el Daily News. No hay ninguno directamente literario. Casi todos tratan de cuestiones sociales y políticas y, en unos cuantos, hay referencias a personalidades y sucesos del momento, como Cecil Rhodes o las huelgas en las minas de carbón, pero todos pueden leerse sin necesidad de conocer los antecedentes. En este sentido, si lo piensa uno bien, tanto en relación a esta recopilación como a otras del autor, es asombroso que podamos leer sus textos de hace un siglo con admiración no sólo por su destreza literaria sino por el acierto y actualidad de sus análisis.

En general hablan de aprender a pensar las cosas correctamente y con frecuencia señalan cómo a veces razonamos mal o cómo hay gente interesada en hacernos razonar mal. De hecho, al final se incluye un último artículo que se titula «El autor enfadado: su adiós», en el que señala que todos los textos anteriores los escribió para decir a los racionalistas que no fueran irracionales. Ahí ofrece una colección de vetos que titula «“No digas” para dogmáticos o Cosas de las que estoy cansado», como por ejemplo: —No digas un nombre y luego un adjetivo que lo contradiga (como «deseo un patriotismo sin fronteras», algo equivalente a «deseo un pastel de carne sin carne»); —No digas palabras secundarias como si fueran palabras primarias (así, Felicidad es una palabra primaria y Progreso es una palabra secundaria, por lo que es absurdo preguntarse «¿la Felicidad contribuye al Progreso?»); —No digas que «no hay un verdadero credo pues cada credo se cree a sí mismo correcto y a los demás equivocados» (pues si las opiniones sobre quien ganará una carrera son muchas y todas están equivocadas menos una, sostener que la variedad de credos te impide aceptar cualquier credo es una posición poco inteligente); etc.

Entre los que afirman que hay quienes intentan que razonemos mal e incluso crean las condiciones para que lo hagamos, se puede citar «El votante y las dos voces», acerca de la corrupción que significa el bipartidismo para la democracia: en una verdadera democracia el hombre común decidiría sobre qué votar y no tendría sus opciones limitadas a elegir entre un partido u otro; en nuestras democracias se nos proponen dos cursos de actuación pero, no por casualidad, ambos son seguros siempre para quienes controlan los resortes de las instituciones. Otro artículo en la misma línea es «El hombre libre», donde se define la libertad en su sentido espiritual primario y luego en su sentido político para concluir qué poco puede influir el ciudadano común en el curso del estado, y más aún cuando un un hombre puede decir en público una vigésima parte de lo que afirma en privado.

No faltan opiniones contundentes sobre cuestiones sociales: habla en favor de los mineros que se ponen en huelga, en «El escocés sentimental»; ataca ferozmente a los clasistas inconscientes con el cerebro reblandecido en «El tonto»; ironiza contra los turistas ingleses con aires de superioridad que admiran el arte italiano sin admirar a los italianos en «El aristocrático ‘Arry». Pero, si hubiera que mencionar uno en esta dirección, mi elección sería «El hombre en la cima», donde califica de calamitosos a los hombres de negocios y políticos que «no tienen ni las virtudes y ni siquiera los vicios de los tiranos, sino sólo sus poderes», y que aún encima tienen la desfachatez de poner al mismo nivel lo bueno para el comercio con lo bueno para la nación, como si los ciudadanos tuvieran la obligación de trabajar de forma que los hombres ya ricos se hagan todavía más ricos.

A los interesados en el arte les recomendaría «El mistagogo», donde se proclama la necesidad de la claridad mental: quien realmente piensa que tiene una idea siempre tratará de explicarla mientras que el charlatán que no tiene ideas «hablará de cosas impronunciables, indefinibles, impalpables y sutilmente indescriptibles». En mi opinión es certero el enfoque de «El detective divino», donde compara la Iglesia con el detective privado que corrige los descubrimientos del policía oficial: explica que si la Iglesia, como institución, lamentablemente a veces se contagió del uso de la crueldad que era común en la sociedad en la que vivía, también como institución se caracterizó porque, frente a la maquinaria de castigo creada por el Estado, puso en marcha una maquinaria para el perdón, una maquinaria para descubrir y perdonar los crímenes.

Un último punto a subrayar de nuevo es la capacidad de Chesterton para unas sensacionales descripciones poéticas: del fuego en «El hombre que piensa hacia atrás», del arte gótico en «El arquitecto de lanzas», o de la lluvia en «El romántico en la lluvia» (incluido en Correr tras el propio sombrero [2]). Y, por cierto, al leer este último artículo, donde se describe por extenso que la lluvia todo lo transforma en espejos, pensaba en las páginas sobre lo mismo que aparecen en El bosque animado [3] y me preguntaba si Wenceslao Fernández Flórez [4] pudo haberlo leído.

G. K. Chesterton. A Miscellany of Men [5], 1912.