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Un mundo rico y nuevo

«Las palabras, en el lenguaje cotidiano, se vuelven una rutina, se banalizan, se automatizan. ¿Qué hace el poeta? Singulariza la palabra para infundirle la fuerza de producir una sensación: renueva la percepción desgastada y revitaliza la facultad de la palabra para sacarla de su letargo.

La fe actúa de la misma manera. Nos redescubre el mundo, los hombres y la vida y nos saca de la amargura, del tedio y del aburrimiento. Renueva y revigoriza, lo mismo que el arte del poeta o del pintor. Nuestra capacidad de descubrir lo bueno y lo bello se vuelve de repente poderosa. Ahora el amor vence las barreras de la indiferencia y del recelo, derriba los techos y los muros que nos encierran en un egoísmo eternamente herido e irritado. De repente las percepciones —tanto las morales, como las sensibles— se intensifican vertiginosamente. El mundo es otro para el creyente embargado por la felicidad —un mundo rico, nuevo, atractivo, cautivador, eufórico—, lo mismo que para el artista en los momentos de inspiración. Actúa el mismo poder: la gracia santificadora. (El drogadicto también tiene acceso a la euforia, pero, como todo se paga, el artificio al que tiene que recurrir hace que la obtención del estado de encantamiento y de redescubrimiento dependa de productos materiales y del concurso de otros hombres que comprometen su tranquilidad y su felicidad para el resto de su vida; la dialéctica no perdona y la ataraxia de los drogadictos pasa por la agitación y la obsesión, que son los pilares del infierno)».

Nicolae Steinhardt. El diario de la felicidad [1] (Jurnalul Fericirii, 1991). Salamanca, Sígueme, 2007; 634 pp.; trad. de Viorica Patea, Fernando Sánchez Miret y George Ardeleanu; ISBN: 978-84-301-1658-4.