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El hombre que abrazaba a los árboles

El hombre que abrazaba a los árboles, de Ignacio Sanz [1], tiene una marisabidilla narradora llamada Felicidad, que vive en Piñares, un pueblo rodeado de bosques de pinos. Con tono coloquial, un puntito impertinente, habla de un amigo leñador, Marcial, que trabajó unos años en Canadá y lo sabe todo del bosque.

El relato sirve de pretexto para dar, amablemente, mucha información sobre animales —como las urracas, el picapinos, el buey almizclero…— y sobre árboles —los olmos y su enfermedad de la grafiosis, las secuoyas…—. El enriquecimiento mutuo que se da en la relación entre la niña y el viejo se presenta bien y tiene acentos emotivos.

Como esperarán quienes ya siguen al autor, el lenguaje es excelente y la narración es simpática. Las ilustraciones tienen el toque de humor y de fantasía que pide la historia. Entre los lectores más urbanos se pueden dar las dos reacciones: de interés ante un mundo desconocido y de distancia por resultar todo poco conocido.

Ignacio Sanz. El hombre que abrazaba a los árboles (2013). Zaragoza: Edelvives, 2013; 131 pp.; col. Ala Delta; ilust. de Ester García [2]; ISBN: 978-84-263-9049-3.