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La Grecia antigua contra la violencia (y 2)

Otra de las jugosas reflexiones que figuran en La Grecia antigua contra la violencia [1], de Jacqueline de Romilly [2], es la de que la Grecia clásica fue «el pueblo de las leyes no escritas». En sus obras literarias, dice la escritora francesa, se nos enseña a «superar el marco de la ciudad y de las leyes escritas para descubrir estas reglas mucho más generales: se nos muestra un nuevo horizonte. [Encontramos esas reglas en Jenofonte; en Las suplicantes, de Eurípides; y] conocemos el importante lugar que ocupan en la obra de Sófocles, ya sea en Antígona [3], ya en Edipo rey». En esas obras vemos que «se les da un valor sagrado diciendo que se asientan en la proximidad de los dioses y que nadie sabe cuándo aparecieron: son imperecederas. (…) Aparecen siempre que se trata de un deber de humanidad hacia víctimas que podrían estar protegidas por los dioses: suplicantes refugiados en un santuario, hombres que se rinden en el combate, personas investidas por la función de embajador y, sobre todo, gente deseosa de enterrar a sus muertos. Son la regla que surge en un mundo sin reglas, en plena guerra, que repudia algunas violencias y las condena apasionadamente. Desde luego, estas reglas han sido frecuentemente violadas. Y casi nos congratularíamos de ello, porque esas violaciones fueron la oportunidad para que aparecieran esos textos elocuentes, destinados a recordar su existencia y a defenderlas. Definen un deber de humanidad y una solidaridad humana».

Jacqueline de Romilly. La Grecia antigua contra la violencia (La Grèce Antique contre la violence, 2000). Madrid: Gredos, 2010; 153 pp.; trad. de Jordi Terré; ISBN: 978-84-249-0633-7.