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«Yo fui emperador…»

«Por trágicos y míseros que hayan sido los tiempos, la niñez es siempre una edad de oro. A Ortega y Gasset lo mandaron de niño interno al colegio malagueño de El Palo. Me figuro que un colegio de jesuitas a últimos del siglo XIX no correspondía a la idea que un niño pudiera tener del paraíso terrenal y, sin embargo, al evocar aquellos años, Ortega llegó a escribir: “Yo fui emperador en una gota de luz”. En esa gota de luz hemos vivido todos y algunos seguimos alumbrándonos con ella. Ya entonces, yo al menos, no tenía más remedio que vislumbrar las sombras que rodeaban aquella gota de luz, pero aun así son gratos mis recuerdos, y mi historia, con sombras o sin ellas, tuvo un final feliz. Las sombras pasan, la luz permanece. A esa edad los disgustos se olvidan con rapidez; de la miseria sólo se ve el lado cómico y de la tragedia el heroico. Ya sé que andan por ahí visiones sórdidas y sombrías de la niñez, pero a mi modo de ver esas visiones no son otra cosa que una proyección sobre la niñez de las frustraciones y resentimientos de la vida adulta. Desde la frustración y el resentimiento se ha evocado más de una vez la infancia en un internado, y es que es más fácil y socorrido echarles la culpa a los padres y a los maestros de las malas notas que se sacan en la vida que no atribuírselas a taras inconfesables. Es la técnica de los autores de Confesiones, grandes hipócritas algunos de ellos. (…) Yo, si tengo algún resentimiento y alguna frustración, son los de no haber pasado por aquellos internados donde los niños bien lo pasaban tan mal».

Aquilino Duque [1]. El Rey Mago y su elefante [2].