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La gran Gilly Hopkins, La familia Tillerman busca hogar y Los Tillerman encuentran hogar

En El juramento, un thriller de Steve Martini no especialmente bueno a mi juicio, el narrador hace una observación incidental valiosa: «Cuando lo vi desaparecer [a su hijo] por las escaleras mecánicas, me gustaría escupir a la autoindulgencia de mi generación. Me invade un sentido de culpabilidad como padre y vapores de vergüenza. Vivimos en una sociedad que repudia esposas y las reemplaza por nuevas amantes, con más rapidez que un rajá en un harén. Destrozamos familias enteras por una pasión pasajera, y perseguimos una falsa ambición como si fuera una doctrina auténtica, permitiendo que nuestros hijos vuelvan a hogares vacíos, se preparen su propia comida, se enfrenten a las inseguridades de la adolescencia, mientras nos lanzamos a una cacería interminable de posesiones materiales y encima tenemos la audacia de preguntarnos quién mata la inocencia de la infancia».

Muchas obras de literatura infantil que tratan estas cuestiones caen en ese tipo de autoindulgencia. Entre las que no lo hacen y son capaces de presentar no tanto a las familias que se deshacen como a los niños que sufren las consecuencias, una valiosa es La gran Gilly Hopkins [1] y otras son las novelas consecutivas de Cynthia Voigt [2] tituladas La familia Tillerman busca hogar [3] y Los Tillerman encuentran hogar [4]. Son relatos que no terminan mal pues, en ellos, los chicos encuentran que alguien no sólo acepta la responsabilidad familiar que otros abandonaron, sino que, además, la desempeña con acierto. Pero no es así siempre, como es de sobra conocido.

Steve Martini. El juramento (Undue Influence, 1994). Barcelona: Planeta, 1999; 432 pp.; col. Los mejores bestsellers; trad. de Teresa Camprodón; ISBN 10: 84-08-03355-7.