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Un caballero en Moscú

Un caballero en Moscú, de Amor Towles, es una larga, entretenida y valiosa novela. Está bien escrita y construida, tiene un hilo argumental claro y un héroe cautivador, y su magnífico e inesperado desenlace llega después de un largo tramo comparable con el mejor thriller de espionaje.

Su protagonista es Aleksandr Rostov, un aristócrata ruso que pudo escapar de Rusia después de la Revolución de 1917 pero que volvió para terminar siendo confinado en el Hotel Metropol, donde tuvo que vivir varias décadas. Con el paso del tiempo tuvo que abandonar la suite donde se alojaba normalmente y acomodarse en un desván, pero mantuvo sus hábitos y muchas de sus relaciones. Además, al ser una persona cortés y que presta continuos servicios, es muy apreciado por casi todos los que trabajan en el hotel. Con el paso de los años va teniendo distintas ocupaciones y va contemplando la evolución de la vida en Rusia. Se hace amigo de Nina, una niña que frecuenta el hotel y, con el paso de los años, esa niña tiene una hija, Sofía, que, precipitadamente, deja a su cuidado cuando tiene que marchar. Como Nina no vuelve, el conde, ayudado por empleadas del hotel, se ocupa de la educación de Sofía, que acaba convirtiéndose en una joven pianista muy prometedora.

Da buena información sobre la novela esta excelente reseña [1]. Yo aquí quiero destacar la sabiduría literaria del autor, que va deslizando frases que uno podría suponer que son sólo pequeñas gracietas pero que luego se revelan pertinentes para el desarrollo de la historia: por ejemplo, la de que «el destino no tendría la reputación que tiene si se limitara a hacer siempre lo que parece que va a hacer»; o esta otra, que el conde recuerda que le decía su madre: «si la paciencia no fuera tan fácil de poner a prueba, no sería una virtud».

Del mismo modo, abundan los párrafos excelentes y cargados de alusiones significativas. Como uno del comienzo que dice: «El conde no tenía carácter para la venganza; no tenía imaginación para la épica; y desde luego carecía de un ego fantasioso que soñara con el restablecimiento de un imperio. No. Su modelo para dominar las circunstancias sería otro tipo de cautivo completamente diferente (a Dantès en If, a Cervantes en Argel, a Napoleón en Elba): aquel náufrago anglicano. Como Robinson Crusoe varado en la Isla de la Desesperación, el conde mantendría su resolución dedicándose a los asuntos prácticos».

O como este otro, ya bien avanzada la novela: «Desde que existen los relatos (…) la Muerte siempre pilla desprevenidos a quienes visita. En muchas historias llega sin hacer ruido a una ciudad y se hospeda en una posada, o se queda merodeando por un callejón, o deambula por un mercado, subrepticiamente. Entonces, justo cuando el héroe tiene un momento de respiro de sus asuntos cotidianos, la Muerte se presenta. Todo eso estaba muy bien, concedió el conde. Pero lo que nunca se explicaba era el hecho de que la Vida es igual de taimada que la Muerte. Ella también sabe ponerse una capa con capucha. También sabe llegar a la ciudad por la noche y pasar desapercibida, merodear por un callejón o esperar al fondo de una taberna».

Amor Towles. Un caballero en Moscú (A Gentleman in Moscow, 2016). Barcelona: Salamandra, 2018; 516 pp.; trad. de Gemma Rovira Ortega; ISBN: 978-8498388985. [Vista del libro en amazon.es [2]]