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El rostro de la batalla (1)

Después de las notas que dediqué al libro de Jacqueline de Romilly sobre Tucídides [1], traigo ahora varias acerca de El rostro de la batalla, de John Keegan, un libro clásico, de 1976, dentro de la historiografía militar.

Contiene cinco capítulos: uno introductorio acerca de la forma propia de los historiadores de hablar de las batallas; tres más sobre Agincourt, Waterloo y El Somme, como batallas representativas de las que usaban armas blancas, armas de proyectiles y armas de proyectiles múltiples; y un capítulo final titulado «El futuro de la batalla». El autor se propone, según indica, «recuperar el concepto de “pieza de batalla” y sugerir otros caminos posibles, lejos de los estereotipos por los que —debido a la costumbre y a la imitación irreflexiva— ha venido transitando durante tanto tiempo».

Da idea de su enfoque la respuesta que se da a sí mismo cuando se pregunta: «¿Qué tienen en común todas las batallas?». Y se responde: «No se trata de algo “estratégico”, ni “táctico”, ni material, ni técnico. No es algo que revele ningún mapa coloreado, ni ninguna colección de estadísticas comparativas de fuerzas y de bajas, ni siquiera ninguna lectura paralela de los clásicos militares (…). Lo que las batallas tienen en común es humano: el comportamiento de hombres que tratan de reconciliar su instinto de autoconservación, su sentido del honor y el logro de un objetivo por el que otros hombres están dispuestos a matarle. Por lo tanto, el estudio de la batalla es siempre un estudio del temor y generalmente del valor; siempre del mando, generalmente de la obediencia; siempre de la obligación, a veces de la indisciplina; siempre de la ansiedad, a veces del júbilo y la catarsis; siempre de la duda, la incertidumbre, la falta de información y el error, generalmente también de la fe y a veces de la visión; siempre de la violencia, a veces también de la crueldad, el autosacrificio, la compasión; y, por encima de todo, es siempre un estudio de la solidaridad y generalmente también de la desintegración: porque la batalla está orientada a la desintegración de grupos humanos. Pero no es sólo un estudio para el sociólogo o el psicólogo; quizá, esa es la verdad, no debería ser un estudio adecuado para ninguno de los dos. Porque los grupos humanos en la batalla, así como la calidad y la fuente de la tensión que sufren, han sido extraídos de la vida (…). Las batallas pertenecen a momentos definidos de la historia, a las sociedades que preparan los ejércitos que las llevan a cabo, a las economías y a las tecnologías que sostienen a esas sociedades. La batalla es un sujeto histórico, cuya naturaleza y evolución sólo pueden entenderse por medio de una amplia perspectiva histórica».

John Keegan. El rostro de la batalla (The Face of Battle. A Study of Agincourt, Waterloo and the Somme, 1976). Madrid: Turner, 2013; 380 pp.; col. Noema; trad. de Juan Narro Romero; ISBN: 978-84-15832-11-9.