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Sentimientos mezclados

Cuando me piden una especie de balance anual de la LIJ suelo responder que no sé muy bien cómo hacerlo. Con el paso del tiempo, he llegado a centrar mi atención casi exclusivamente en los libros como tales: intento leer aquellos que algunas personas o instituciones citan como mejores y procuro descubrir otros que pueden pasar más inadvertidos. Así que, al final, casi sólo soy capaz de decir qué libros me han gustado más y cuáles menos entre aquellos que he leído.

Alguna vez he dedicado tiempo a pensar en tendencias, en autores emergentes y autores consagrados, en libros sorpresa y libros confirmación, en libros muy publicitados y muy flojos y en libros nada publicitados muchísimo mejores, y cosas así, para terminar sin saber muy bien qué nos aporta eso: ¿comprendemos mejor las cosas?, ¿es significativo, por ejemplo, que se publiquen más libros de fantasía?, y si es significativo, ¿qué significa?, ¿cómo se puede medir si progresamos o no?, ¿y qué quiere decir en este contexto “progreso”?, ¿más ventas?, ¿más lectura de quienes ya leen o de quienes no leen?, ¿y en ese cálculo se puede contabilizar cualquier lectura?, etc.

También tiempo atrás recogí datos de libros más leídos en las bibliotecas y más vendidos en las librerías pero tampoco veo claro cómo darles sentido: ¿se leen o se venden más porque se exponen más?, ¿porque la editorial es más potente y sus libros llegan a más sitios?, ¿porque librería y distribuidora van al unísono?, ¿porque los comerciales de algunas editoriales hacen unas promociones estupendas en redes de colegios?, ¿porque hay autores extraordinarios a la hora de motivar a los chicos en sesiones de cuentacuentos…?

Total, que no soy capaz de decir mucho. En cualquier caso lo que sí noto, con sentimientos mezclados, es que algunas actitudes negativas van en aumento (y espero que no sea por la edad). Así, es cada vez mayor mi rechazo del criterio (que con frecuencia se aplica inconscientemente) que dice que lo último que llega tiene mérito sólo por eso y que lo antiguo tiene que ser desechado sólo por serlo. Crece mi desconfianza frente a cualquier propaganda, sea comercial sea institucional, venga en forma de premios o venga vestida de magnífico proyecto de gran interés cultural o pedagógico que alguien emprende para nuestro bien. En fin, no dudo de que algunos premios están bien dados o son bien merecidos, y me alegro, y sé bien que algunos proyectos merecen elogios, pero tiendo a ponerme a la defensiva (y más si hay dinero y motivos políticos en juego) cuando una institución o persona se aplaude a sí misma y los medios, además, le hacen eco.

Este vaivén de pensamientos y sentimientos me hace recordar a Chesterton [1] cuando dice que conviene huir tanto del antipatriotismo cósmico del pesimista que «no ama lo que pretende corregir» como de la locura morbosa del optimista que se acaba viendo en la tesitura de tener que defender lo indefendible. Y también me hace pensar, tanto para la LIJ como para la vida, que Pascal [2] tenía razón cuando decía que «hay la suficiente luz para quienes desean ver, y suficiente oscuridad para quienes tienen una disposición contraria».

Feliz Año.