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Lecturas de los rehenes

Lecturas de los rehenes, de Yoko Ogawa [1], contiene varios relatos, muy distintos entre sí, a los que, un primer capítulo que se titula como el libro, les pone un marco: en un país extranjero fueron secuestrados un grupo de turistas japoneses y su intento de liberación terminó trágicamente; se descubrieron entonces unos textos escritos por ellos y, más adelante, apareció una cinta magnetofónica en la que se contenían esas historias leídas por los mismos rehenes —pues se habían logrado introducir micrófonos en la casa donde estaban, en el interior de los víveres y el botiquín que la Cruz Roja les había hecho llegar—; tiempo después se reprodujeron por radio.

Todos ellos son recuerdos de los narradores: un encuentro con una persona singular, una casualidad inexplicable, un suceso algo misterioso, un gesto de generosidad, un momento de reconocimiento, etc. En el último capítulo se añade un relato más, contado por un miembro del cuerpo de operaciones especiales del ejército que se había encargado de las escuchas, el único no japonés que, sin embargo, cuenta el primer encuentro que tuvo en su vida con un extranjero, precisamente un entomólogo japonés que investigaba «Las hormigas cortadoras de hojas».

En «El bastón», una diseñadora de interiores recuerda cómo, siendo niña, ayudó a una persona que trabajaba en una herrería cercana y había tenido un accidente, y cómo, años después, reapareció aquel herrero en su vida. Una profesora de repostería, que siendo joven trabajó en la fábrica de «Las galletas Eco», cuenta cómo, usando esas galletitas con forma de letras, intimó con la hosca señora que le alquilaba su piso. Un escritor habla de las curiosas reuniones, por ejemplo de interesados en conservar lenguas en extinción, que tenían lugar en «La sala B de reuniones» de un centro cultural. En «El lirón que hibernaba» un profesor de oftalmología rememora su relación, cuando era joven, con un vendedor de raros peluches al que vio en una parada de tranvía que frecuentaba. El director de una fábrica de maquinaria de precisión firma «La virtuosa del consomé», acerca de cuando, con ocho años, ayudó a una vecina a preparar un consomé para su madre enferma. La empleada de una empresa de importación recuerda unas horas de fascinación, que le sirvieron para rehacerse interiormente, contemplando el entrenamiento de «El joven lanzador de jabalina». «Te pareces mucho a mi difunta abuela» es el comienzo de «La abuela difunta», donde un ama de casa explica que, varias veces en su vida, le dijeron aquella frase. «El ramo de flores» que le regalaron, cuando era joven, al guía turístico de los rehenes, es su punto de partida para recordar varios asuntos y, al final, para usarlo como una forma de agradecimiento y de oración.

La lectura es reconfortante por la calidad y la originalidad de las diferentes narraciones, por la bondad que respiran los tipos humanos que se presentan, y porque no faltan momentos conmovedores. En el último relato, el del soldado, se dice lo siguiente: «Las lecturas no eran un simple modo de matar el tiempo en aquel lugar, en aquella casa abandonada en la que estaban prisioneros. Se trataba de una acción similar a la de orar, cuyo propósito era hacer llegar sus voces hasta un lugar mucho más lejano de lo que podían imaginar, donde habría alguien con quien no podían comunicarse por medio de las palabras. Como prueba de que aquellas oraciones alcanzaban su destino, voy a proceder a presentar mi propia historia»…

Yoko Ogawa. Lecturas de los rehenes (Hitojichi no Rôdokukai, 2011). Madrid: Funambulista, 2016; 253 pp.; col. Literatudura; trad. de Juan Francisco González Sánchez; ISBN: 978-84-945526-4-9. [Vista del libro en amazon.es [2]]